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domingo, 16 de febrero de 2014

GUÍA PRÁCTICA DEL UTOPISTA PARA EL INMINENTE COLPASO

¿En qué consiste una revolución? Siempre habíamos entendido la revolución como la toma de poder por parte de fuerzas populares con el objetivo de transformar la propia naturaleza del sistema político, social y económico del país donde tuviera lugar, normalmente impulsadas por un sueño visionario de una sociedad justa. Hoy en día, vivimos en una época en la que, si un ejército rebelde entra arrasando una ciudad o un levantamiento masivo derroca a un dictador, es bastante improbable que esos ideales se vean realizados. Cuando ocurre una transformación social profunda como, por ejemplo, el auge del feminismo, es más probable que ésta se manifieste de manera totalmente distinta. No es que haya escasez de sueños revolucionarios, pero los revolucionarios contemporáneos rara vez creen que el camino para alcanzarlos sea un equivalente moderno de la toma de la bastilla.



En momentos como éste, generalmente conviene volver a la historia que ya conocemos y preguntarnos: ¿Nuestro concepto de la revolución ha sido fiel a la realidad alguna vez? La persona que mejor ha sabido formular esta pregunta, para mí, es el gran historiador mundial Immanuel Wallerstein. Wallerstein argumenta que durante el último cuarto de milenio más o menos las revoluciones han consistido, por encima de todo, en transformaciones mundiales del sentido común político...


Wallerstein observa que en la época de la Revolución Francesa ya teníamos un mercado único mundial y un creciente sistema político único global, dominado por los enormes imperios coloniales. Como consecuencia, la toma de la bastilla en París pudo acabar teniendo repercusiones en Dinamarca, o incluso en Egipto, tan profundas como en Francia, y en algunos casos incluso más. Por este motivo habla de la “Revolución Mundial de 1789”, seguida de la “Revolución Mundial de 1848”, durante la cual estallaron revueltas casi simultáneamente en 50 países, desde Valaquia a Brasil. Los revolucionarios no tomaron el poder en ninguna de ellas pero, más adelante, las instituciones inspiradas por la Revolución Francesa –en especial los sistemas universales de educación primaria– fueron adoptadas en casi todo el mundo. De igual modo, la Revolución Rusa de 1917 fue una revolución mundial y en última instancia tan responsable del New Deal estadounidense y de los estados de bienestar europeos como del comunismo soviético. El último episodio de esta serie fue protagonizado por la revolución mundial de 1968, que de similar manera a la de 1848, irrumpió prácticamente a nivel mundial, desde China hasta México y, aunque no se hizo con el poder en ningún lugar, cambió mucho las cosas. Ésta era una revolución en contra de las burocracias estatales y a favor de la inseparabilidad de la liberación política y personal, cuyo legado más duradero probablemente fue el nacimiento del feminismo moderno.

Las revoluciones son, por tanto, fenómenos planetarios. Pero aún hay más. Lo que consiguen, en realidad, es transformar supuestos muy extendidos sobre el sentido fundamental de la política.Tras una revolución, ideas que antes hubieran sido consideradas descabelladamente radicales se convierten enseguida en un asunto de debate aceptable. Antes de la Revolución Francesa, conceptos tales como que el cambio es bueno, que la política del gobierno es la mejor manera de llevarlo a cabo o que los gobiernos derivan su autoridad de una entidad llamada “el pueblo” se veían como temática propia de chalados y demagogos o, en el mejor de los casos, de un puñado de intelectuales librepensadores que se pasaban el día debatiendo en cafés. Una generación más tarde, hasta el más rancio de los magistrados, sacerdotes, o directores de escuela se veía obligado a defender, de boquilla, estas ideas. No mucho más tarde, llegamos a la situación en la que nos encontramos hoy en día: hay que exponer cuáles son los términos para que uno pueda siquiera percatarse de que están ahí. Se han convertido en sentido común, en la mismísima base del diálogo político.

La  mayoría de las revoluciones previas a la de 1968 sólo introdujeron refinamientos prácticos, tales como la ampliación del derecho al voto, la educación primaria universal y el Estado de Bienestar. Por contraste, la revolución mundial de1968, ya fuera en su vertiente china, una revuelta de estudiantes y otros grupos de jóvenes apoyando el llamamiento de Mao a una revolución cultural; o en Berkley y Nueva York, marcada por una alianza entre estudiantes, bohemios y rebeldes culturales; o incluso en París, donde se formó una coalición de estudiantes y trabajadores, fue una rebelión contra la burocracia, la conformidad y cualquier idea capaz de encorsetar la imaginación humana, un proyecto con ánimo de revolucionar no sólo la vida económica o política sino cada aspecto de la existencia humana. Por ello, en la mayoría de los casos, los rebeldes ni siquiera intentaron tomar el mando del aparato estatal dado que veían el aparato en sí como la raíz del problema.

Hoy en día está de moda evaluar los movimientos sociales de finales de los  60 como un fracaso bochornoso. Es un argumento convincente. No cabe duda de que, en la esfera política, la derecha ha sido la principal beneficiaria de la extendida transformación del sentido común político, donde se da prioridad a los ideales de libertad, imaginación y deseo del individuo, se desprecia absolutamente la burocracia y se sospecha de la  gestión gubernamental. Ante todo, los  movimientos de los años 60 permitieron el resurgimiento masivo de las doctrinas de libre mercado, que se habían visto prácticamente abandonadas desde el siglo XIX. No es casualidad que la generación de adolescentes que impulsó la revolución cultural china fuera la misma que, dos décadas más tarde, presidiera la introducción del capitalismo. Desde los años 80, “libertad” se ha convertido en sinónimo de “mercado” y “mercado” ha asumido un significado idéntico al de “capitalismo” incluso, curiosamente, en lugares como China, donde se habían desarrollado sistemas de mercado muy sofisticados durante miles años que, sin embargo, guardaban escasa relación con el capitalismo.

Las paradojas no tienen límite. Aunque esta nueva ideología de mercado libre se ha presentado, sobre todo, como un rechazo a la burocracia, en la práctica ha sido directamente responsable del primer sistema de administración que opera a escala global, con sus interminables estratos de órganos burocráticos públicos y privados: el FMI, el Banco Mundial, la OMC, organizaciones de comercio, instituciones financieras, corporaciones transnacionales y ONGs. Éste es precisamente el sistema que ha impuesto la ortodoxia del  libre mercado y abierto las puertas a un pillaje financiero a nivel global, todo bajo la atenta tutela del aparato militar estadounidense. No es de extrañar que el primer intento de recrear un movimiento revolucionario mundial, el Movimiento de Justicia Global, que vivió su punto álgido entre 1993 y el  2003, fuera, en efecto, una rebelión contra la hegemonía de ese mismo sistema de burocracia global.

Detener el futuro 

No obstante, cuando los historiadores del futuro miren atrás, creo que llegarán a la conclusión de que el legado de las revoluciones de finales de los sesenta ha sido bastante más profundo de lo que imaginábamos y que el triunfo de los mercados capitalistas –con todo su despliegue mundial de administradores y sicarios–, que tan trascendental y definitivo parecía tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, ha sido mucho más superficial de lo que creíamos.

Por poner un ejemplo obvio, a menudo escuchamos que las protestas antibélicas de finales de los sesenta y principios de los setenta resultaron ser un fracaso debido a su incapacidad de acelerar apreciablemente la retirada estadounidense de Indochina. Pero a partir de entonces, los organismos que  controlaban la política exterior estadounidense, aterrorizados ante la perspectiva de toparse con un rechazo popular parecido –o peor aún, un rechazo en el seno del propio aparato militar, que sufrió un verdadero desmoronamiento a principios de los setenta–,  se negaron a enviar fuerzas de tierra estadounidenses a cualquier conflicto a gran escala durante casi treinta años. Se necesitó el 11-S, un  ataque con miles de víctimas civiles en territorio estadounidense, para  superar por completo el notorio “síndrome de Vietnam” y aun así, los impulsores de la guerra acometieron un esfuerzo casi obsesivo  por asegurar que estas guerras fueran “a prueba de protestas”. Hubo una propaganda incesante, a la que se sumaron los medios de comunicación, mientras que grupos de expertos facilitaban previsiones exactas sobre el número de bajas militares (es decir, sobre cuántas muertes de soldados estadounidenses serían necesarias para precipitar la oposición de las masas) y las normas de combate fueron cuidadosamente diseñadas para no superar esta cifra.

El problema fue que esas normas de combate, cuyo fin era minimizar el número de muertos y heridos entre los efectivos estadounidenses, conllevaron inevitablemente que miles de mujeres, niños y ancianos acabaran siendo “daños  colaterales”, lo cual provocó el odio intenso hacia las fuerzas ocupantes tanto en Iraq como en Afganistán y, por consiguiente, impidió que los Estados Unidos pudieran cumplir sus objetivos militares. Y lo sorprendente es que los planificadores de la guerra parecían ser plenamente conscientes de ello. Pero daba igual. Prevenir cualquier oposición eficaz en territorio nacional era, para ellos, mucho más importante que ganar la propia guerra. Es como si las  fuerzas norteamericanas en Iraq hubieran resultado finalmente vencidas por el fantasma de Abbie Hoffman.

Es evidente que, si el movimiento antibélico de los años 60 sigue teniendo maniatados a los planificadores militares estadounidenses de 2012, difícilmente podríamos considerarlo un fracaso. Pero de ello surge una interrogante: ¿Qué pasa cuando crear esa sensación de fracaso, de la inutilidad absoluta de cualquier acción política en contra del  sistema, se convierte en el objetivo principal de quienes ostentan el poder?

Se me ocurrió por primera vez participando en las protestas contra el FMI en Washington D.C. en el 2002. El 11 de Septiembre estaba todavía muy reciente y éramos relativamente pocos e ineficaces frente a una presencia policial abrumadora. No teníamos la sensación de ser capaces de sabotear los encuentros. La mayoría nos fuimos de allí algo deprimidos. Pero unos días más tarde, hablando con alguien que conocía a algunos de los participantes de la cumbre, me enteré de que habíamos conseguido obstruirla. Y es que la policía había impuesto unas medidas de seguridad tan restrictivas que tuvieron que anular la mitad de los actos, y la mayor parte de los que sí se celebraron se hicieron a través de Internet. Es decir, el gobierno decidió que mandar a unos manifestantes a casa con sensación de derrota era más importante que poder llevar a cabo una cumbre del FMI. Si lo pensamos, es evidente que otorgaron un extraordinario protagonismo a los manifestantes.

¿Cabe la posibilidad de que esta actitud preventiva ante los movimientos sociales, la planificación de guerras y cumbres comerciales en las que se concede más prioridad a desmantelar cualquier oposición eficaz que a ganar la guerra o celebrar la cumbre, sea sintomática de un principio más generalizado? ¿Será que los actuales dirigentes del sistema, muchos de los cuales eran jóvenes impresionables cuando presenciaron la agitación de finales de los sesenta, estén obsesionados, consciente o inconscientemente (y sospecho que se trata de lo primero), con la posibilidad de que los movimientos sociales revolucionarios vuelvan a poner en entredicho el sentido común prevalente?

Eso explicaría muchas cosas. Los últimos 30 años se han dado a conocer en todo el planeta como la edad del neoliberalismo, una época caracterizada por la reintroducción de una creencia abandonada desde el siglo XIX, en la que los conceptos de mercado libre y libertad humana vienen a ser prácticamente intercambiables. El neoliberalismo siempre ha adolecido de una contradicción interna. Por un lado, declara que los imperativos económicos han de tener prioridad sobre cualquier otra consideración. La política sólo sirve para crear condiciones favorables al crecimiento económico, permitiendo que la mano invisible de los mercados haga su magia. Cualquier otro sueño o ideal de igualdad o de seguridad se verá sacrificado ante el objetivo primordial: la productividad económica. Sin embargo, el rendimiento económico mundial de los últimos treinta años ha sido, sin duda, mediocre. Con la excepción de unos pocos países, en especial China (que, significativamente, ha ignorado la mayoría de  los dictámenes neoliberales), los índices de crecimiento han quedado muy por debajo de los niveles vistos en el capitalismo “clásico” de los años cincuenta, sesenta o incluso setenta, con su mayor gestión gubernamental y su Estado de Bienestar. Se puede decir, por tanto, que el proyecto neoliberal ya era un fracaso colosal según sus propios criterios incluso antes del colapso de 2008.

Pero si hacemos oídos sordos al discurso de los líderes mundiales y observamos el neoliberalismo como proyecto político, de repente, parece haber sido de lo más eficaz. Puede que los políticos, directivos, burócratas y demás personas que se reúnen con regularidad en las cumbres de Davos o el G20 hayan fracasado estrepitosamente en crear una economía capitalista mundial capaz de atender a las necesidades de la mayoría de los habitantes del mundo (y ya no hablemos de dar esperanza, felicidad, seguridad o sentido a su vida) pero han sido tremendamente habilidosos en convencer al mundo de que el capitalismo –sobre todo el capitalismo financiero semifeudal de hoy en día– es el único sistema económico viable. Visto desde este prisma, se trata de un logro impresionante.

¿Cómo lo han conseguido? Su actitud preventiva hacia los movimientos sociales ha jugado un papel evidente en todo ello; no se puede permitir bajo ninguna condición que las alternativas, ni aquéllos que las proponen, sean percibidas como exitosas. Tal actitud explicaría las cantidades casi inimaginables que se han invertido en “sistemas de seguridad” de algún tipo u otro. De hecho, Estados Unidos, desprovisto ahora de grandes rivales, tiene un mayor gasto militar y de inteligencia del que tuvo durante la Guerra Fría. A esto hay que añadir la escalofriante acumulación de agencias privadas de seguridad y de inteligencia, así como la militarización de la policía, guardias y mercenarios. Por último, no hay que olvidar el enaltecimiento de la polícia por parte de los órganos de propaganda, incluído un enorme conglomerado mediático que ni siquiera existía antes de los sesenta. En general, estos sistemas, más que dedicarse a atacar directamente a disidentes, contribuyen a crear una sensación omnipresente de miedo, conformismo patriotero, inseguridad vital y pura desesperanza, que reduce cualquier noción de cambiar el mundo a una aparente fantasía inútil. Pero estos sistemas de seguridad son también extremadamente caros. Algunos economistas estiman que un 25% de la población norteamericana se dedica hoy en día a “labores de vigilancia” tales como defender propiedad, supervisar trabajo u otros tipos de actividades con el fin de mantener a raya a sus compatriotas. La mayor parte de este aparato de seguridad es, en definitiva, un lastre económico.

De hecho, muchas de las innovaciones económicas de los últimos treinta años han tenido más sentido política que económicamente. La sustitución del empleo vitalicio garantizado por un modelo de contratación precaria no ha creado una fuerza laboral más eficiente, pero ha sido extraordinariamente eficaz en destruir sindicatos o despolitizar el movimiento obrero en general. Se puede decir lo mismo del aumento exponencial de la jornada laboral. A nadie que tenga que trabajar sesenta horas a la semana le queda tiempo para la actividad política.

A menudo parece que, puestos a elegir entre aceptar el capitalismo como el único sistema económico posible o convertir el capitalismo en un sistema económico más viable, el neoliberalismo siempre se decanta por la primera opción. El resultado final se manifiesta en una campaña implacable contra la imaginación humana. O para ser más preciso, la imaginación, el deseo, la creatividad individual y todo aquello que se pretendía liberar en la última gran revolución mundial sería confinado estrictamente a los parámetros del consumismo o, como mucho, a las realidades virtuales de Internet, quedando totalmente desterrado de cualquier otro ámbito. Estamos hablando del asesinato de los sueños, de la imposición de mecanismos de desesperación, diseñados para pisotear cualquier esperanza de un futuro alternativo. Pero como consecuencia de poner prácticamente todos sus esfuerzos en la misma cesta política, nos han llevado a la extraña situación de presenciar cómo el sistema capitalista se derrumba ante nuestros propios ojos, justo en el momento en el que se había concluido que no había alternativa posible.

Replantear, ralentizar

Normalmente, cuando se cuestiona la creencia generalizada de que el sistema económico y político actual es el único viable, la primera reacción suele ser exigir un minucioso anteproyecto arquitectónico sobre el funcionamiento del sistema alternativo con todo lujo de detalles sobre la naturaleza de sus instrumentos financieros, fuentes de energía y políticas de mantenimiento de alcantarillado. Después, probablemente pedirán un programa detallado que describa cómo llevar dicho sistema a la práctica. Desde una perspectiva histórica, esto es ridículo. ¿Cuándo se ha producido un cambio social siguiendo un diseño predeterminado? Es como si creyéramos que, en la Florencia renacentista, un pequeño círculo de visionarios concibió algo llamado “capitalismo” y planeó al detalle el funcionamiento del mercado bursátil y las fábricas para, a continuación, elaborar un programa con el que hacer de esta visión una realidad. De hecho, la idea es tan absurda que podríamos preguntarnos cómo hemos llegado a la conclusión imaginaria de que todo cambio empieza de esta manera.

Esto no quiere decir que las visiones utópicas, ni los anteproyectos, sean algo malo, sólo que deben mantenerse en su lugar. El teórico Michael Albert ha propuesto un plan detallado sobre cómo funcionaría una economía moderna sin dinero, partiendo de una base democrática y participativa. Me parece un logro importante, no porque crea que este modelo exacto vaya a instituirse tal y cómo lo describe, sino porque hace imposible decir que un proyecto así resulta inconcebible. En cualquier caso, estos modelos son tan sólo experimentos intelectuales. En realidad, no podemos concebir los problemas que surgirán al comenzar a construir una sociedad libre. Puede que los obstáculos que ahora nos parecen más insorteables se queden en nada, mientras que otros que jamás se nos hubieran ocurrido podrían suponer un problema endemoniado. La cantidad de factores imprevisibles es innumerable.

El más evidente es la tecnología. Éste es el motivo por el que es tan absurdo imaginarse a un grupo de activistas en la Italia del Renacimiento diseñando un modelo de mercado bursátil o un entramado industrial. Lo que acabó ocurriendo estuvo basado en una serie de tecnologías que jamás podrían haber anticipado pero que, en parte, sólo emergieron porque la sociedad comenzó a moverse en una dirección determinada. Quizás por ello, muchas de las visiones más convincentes de una sociedad anarquista han sido plasmadas por escritores de ciencia ficción, entre ellos, Ursula K. Le Guin, Starhawk, Kim Stanley Robinson. En un mundo ficticio por lo menos se admite que el aspecto tecnológico es pura especulación.

Personalmente, estoy menos interesado en determinar el tipo de sistema económico ideal para una sociedad libre que en crear los medios necesarios para que las personas puedan tomar esas decisiones por sí mismas. ¿Cómo se manifestaría exactamente una revolución del sentido común? No lo sé, pero se me ocurren varias ideas convencionales que, sin duda, necesitarían reevaluarse si realmente pretendemos crear algún tipo de sociedad libre viable. Una de ellas es la naturaleza del dinero y la deuda, que ya he analizado en detalle en un libro reciente. He llegado incluso a proponer un jubileo de la deuda, una cancelación general, en parte para ilustrar que el dinero no es nada más que un producto humano, una serie de promesas que, dada su naturaleza, siempre puede ser renegociada.

Igualmente, creo que el concepto de trabajo también tendría que ser reevaluado. Someterse a la disciplina laboral –la supervisión, el control, e incluso el autocontrol del trabajador autónomo con ambiciones– no nos hace mejor persona. De hecho, es probable que nos haga “peor persona” en los aspectos realmente importantes. Verse sometido a ello es una mala suerte que, en el mejor de los casos, resulta ocasionalmente necesaria. Pero sólo cuando rechacemos la idea de que el trabajo es una virtud en sí, podremos empezar a preguntarnos qué virtudes tiene. La respuesta es evidente: el trabajo es virtuoso cuando sirve para ayudar al prójimo. Replantearnos la definición de la productividad haría más fácil redefinir el concepto mismo del trabajo dado que, entre otras cosas, el desarrollo tecnológico ya no estaría dirigido sólo a la creación de más productos de consumo o a una mano de obra cada vez más disciplinada, sino a eliminar tales formas de trabajo por completo.

Lo que nos quedaría serían trabajos que sólo pueden ser realizados por seres humanos, esas labores de asistencia y cuidado especialmente afectadas por la crisis y que originaron el movimiento Occupy Wall Street. ¿Qué ocurriría si dejáramos de comportarnos como si el modelo primordial del trabajo fuera laborar en una fábrica, un campo de trigo, una fundición de hierro o incluso en un cubículo en una oficina y, en su lugar, partiéramos del modelo de una madre, una profesora o una enfermera? Puede que nos obligue a concluir que el auténtico propósito de la vida humana no es contribuir a algo llamado “la economía” (un concepto que ni siquiera existía hace trescientos años), sino el hecho de que todos somos, y siempre hemos sido, proyectos de creación mutua.

De momento, la necesidad más urgente sería, probablemente, ralentizar la maquinaria productiva. Puede que suene extraño dado que nuestra reacción automática a una crisis es suponer que la solución radica en que todos trabajemos más, aunque por supuesto, éste es precisamente el tipo de reacción que provoca el problema. Pero considerando cómo está el mundo, la conclusión es obvia. Parece que nos enfrentamos a dos problemas insolubles. Por una parte, hemos sido testigos de una serie interminable de crisis de deuda global, cuya severidad ha ido en aumento desde los setenta y que ha llevado a que la cantidad acumulada de deuda, ya sea soberana, municipal, corporativa o personal, resulte evidentemente insostenible. Por otra, estamos sumidos en una crisis ecológica, un proceso implacable de cambio climático que amenaza al planeta con inundaciones, sequías, caos, hambruna y guerra. En principio, puede parecer que las dos partes no estén relacionadas pero, en el fondo, son lo mismo. ¿Qué es la deuda sino la promesa de una productividad futura? Cuando decimos que el nivel de deuda global va en aumento, estamos diciendo que, como colectivo, los seres humanos prometemos producir una cantidad aún mayor de bienes y servicios en el futuro de la que producimos hoy en día. Pero incluso los niveles actuales son claramente insostenibles. Eso es precisamente lo que está destruyendo el planeta a velocidad cada vez más mayor.

Hasta los mismos líderes mundiales empiezan a concluir de manera reacia que algún tipo de cancelación masiva de la deuda, algún tipo de jubileo, es inevitable. El auténtico conflicto político se desarrollará en torno a cómo se hará. ¿No es más lógico resolver ambos problemas a la vez? ¿Por qué no realizar una quita de la deuda mundial tan amplia como sea prácticamente posible, seguida de una reducción masiva del horario laboral a, por ejemplo, una jornada de cuatro horas o unas vacaciones garantizadas de cinco meses? Dado que la población no pasaría todas sus nuevas horas libres de brazos cruzados, una medida así no sólo salvaría al planeta sino que quizás empezaría a cambiar nuestras concepciones básicas sobre qué significa un trabajo que crea valor.

Occupy hizo bien en no realizar demandas concretas, pero si yo tuviera que formular una, sería ésa. A fin de cuentas, supondría un ataque a los preceptos más arraigados de la ideología dominante. La moralidad de la deuda y la moralidad del trabajo son las dos armas ideológicas más poderosas que manejan los dirigentes del sistema actual. Por eso se aferran a ellas incluso al tiempo que destruyen todo lo demás.También es el motivo por el que la cancelación de la deuda sería la demanda revolucionaria perfecta.

Puede que todo esto parezca muy distante. En estos momentos, da la impresión de que a nuestro planeta le aguarda una serie de catástrofes sin precedente y no el tipo de transformaciones morales y políticas que abrirían el camino hacia un mundo distinto. Pero la única posibilidad que nos queda para evitar tales catástrofes es cambiar nuestra manera acostumbrada de pensar. Si algo han evidenciado los eventos del 2011, es que la era de las revoluciones no ha acabado ni mucho menos. La imaginación humana se niega obstinadamente a morir. Y la historia nos demuestra que, cuando una cantidad significativa de personas se libera simultáneamente de las ataduras impuestas sobre su imaginación colectiva, hasta nuestros supuestos más inculcados sobre qué es y qué no es políticamente posible pueden derrumbarse de la noche a la mañana.

Este artículo es un fragmento de The Democracy Project: A History, a Crisis, a Movement, de David Graeber. Traducido con permiso del autor.
Traducido por Stacco Troncoso, editado por Arianne Sved - Guerrilla Translation!
Artículo original en thebaffler.com
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jueves, 9 de enero de 2014

CONFISCACIÓN DE BIENES : LA RECETA DEL FMI PARA SALIR DE LA CRISIS

Un nuevo documento de trabajo presentado por el FMI entrega un contundente programa de instrucciones para dar solución a la crisis de la deuda soberana en Europa. El documento señala que el problema de la deuda es mucho más grave de lo que se ha visto hasta ahora, y advierte que todas la medidas adoptadas por la UE, la CE, el BCE y el propio FMI “no serán suficientes para resolver la crisis”. El mantra de la amnesia colectiva ha llevado a pensar a estos países que esas medidas (como los planes de austeridad y los recortes presupuestarios) serían suficientes pero la verdad es que no ha sido más que una ilusión.

De acuerdo a los autores del documento (Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff), esta crisis supera todas las crisis anteriores, con una deuda que ha batido todos los récord históricos y que tiene atrapada a toda la economía mundial. La receta es la aplicación de una represión financiera sin precedentes, y una oleada de medidas de fuerza para reducir la deuda. Estas medidas serían una mezcla de importantes recortes en la deuda soberana, confiscación de ahorros privados, controles de capital y generación de inflación para licuar la deuda con más rapidez e impulsar el crecimiento. Todo indica que el fantasma deflacionario que recorre Europa está para quedarse...




El documento señala que deberán aplicarse amortizaciones masivas sobre la deuda para tener efectos significativos en “la mayor situación de endeudamiento de los países occidentales en los últimos 200 años”. Muchos aún se aferran a la ilusión de que los países ricos pueden salir de la crisis con programas de austeridad y recortes públicos. Pero la realidad está requiriendo acciones más implacables: la solución al tema de la deuda pasa por acciones brutales, decididas y enérgicas, señala este informe elaborado por los mismos autores que en 2010 presentaron el documento clave para la aplicación los planes de austeridad. Confiscación de depósitos y recortes masivos

Esta vez es diferente, parecen decir Reinhart y Rogoff, al señalar que solo la masiva confiscación de los ahorros privados y también los masivos recortes en la deuda pueden restablecer la economía de su más duro golpe financiero en 80 años. Reinhart y Rogoff indican que las medidas deben aplicarse con rapidez para salir de una situación de estancamiento que, de prolongarse, se tornará peor. Gran parte del mundo occidental requerirá impagos; será necesaria una confiscación a gran escala de los depósitos y también habrá que promover una mayor inflación para despejar el camino a la recuperación.

Para Reinhart y Rogoff la carga de la deuda en los países desarrollados ha llegado a sus máximos históricos y ya se ha hecho insostenible. Por eso se requieren recortes masivos y no las nimiedades o retoques que se han aplicado hasta ahora. La negociación deberá ser al estilo de los años 30, con pérdidas y castigos importantes y reestructuraciones serias de los saldos que se acuerden de deuda, en base a parámetros objetivos de crecimiento y empleo.

La presunción es que las economías avanzadas no recurren a la reestructuración de deudas o a la represión financiera, porque quita credibilidad a todo el sistema y obliga a renunciar a objetivos financieros obtenidos con mucho esfuerzo. Sin embargo, cuando el sistema financiero ha descorrido toda su podredumbre y malas prácticas (corrupción, manipulación en las tasas interbancarias, generación de créditos sin base, sobresueldos, etc), no queda más que resetear todo el sistema y evitar que la economía siga su desplome. Amnesia colectiva

El documento se titula Financial and Sovereign Debt Crises: Some Lessons Learned and Those Forgotten Crisis financiera y deuda soberana: lecciones aprendidas del pasado – y lo que hemos olvidado, y pone énfasis en lo que hemos olvidado. El mantra de la amnesia colectiva en la historia de Europa y Estados Unidos los ha llevado a una negación de la realidad. Se negó la realidad de la crisis en 2007/2008 y se sigue negando con medidas de parche. Y cuando las economías se enfrentan a la deflación, a enormes burbujas en los activos bursátiles, a un desempleo que se mantiene inmutable, se requiere aplicar en los países avanzados políticas que sólo se habían visto en el Tercer Mundo.

El principal defecto de la política europea ha sido pensar que los impagos (default) sólo se veían en países como Argentina; o que la corrupción y los fiascos empresariales (como el reciente de Sacyr) era una marca registrada de los países bananeros. Pues bien, la corrupción de los mercados financieros europeos provocó una caída en el ranking de todos los países europeos por tanto el 2014 será el año de los grandes impagos europeos y de la quiebra de esos grandes elefantes que han crecido a la sombra de las castas políticas.

El documento de Reinhart y Rogoff señala que los países del euro están experimentando un shock en el mismo nivel que los países del Tercer Mundo, y que la magnitud del problema hace que sea muy dificil la salida: “La deuda soberana de los países desarrollados se acerca a niveles no vistos en 200 años”. Por eso no hay una salida facil y debe aplicarse una cirugía drástica: recortes en la deuda y masivas confiscaciones en los depósitos o la riqueza. En esto podrían apuntar de inmediato al listado de los hombres más ricos del mundo, dado que son los que más se han enriquecido con la crisis. Medidas radicales

Reinhart y Rogoff analizan las crisis del siglo pasado y muestran que las crisis de deuda siempre han terminado por la aplicación de cortes radicales. Que los políticos de ahora no quieran asumir esta realidad demuestra el estado de amnesia colectiva en el cual se pretende postergar hasta el infinito una amputación que cada día se hace más grande. Como hemos señalado en otros post, gran parte de esta dilación ha sido fruto de la Alemania de Angela Merkel, que ha privilegiado recuperar la salud de su propia banca a expensas del deterioro creciente de la periferia europea.

El documento hace un llamado a las autoridades europeas para mirar la crisis de frente. Los tecnócratas han fracasado y con ello todos los planes ideados por Angela Merkel a lo largo de seis años de crisis. Solo Alemania se ha beneficiado, pero la banca alemana sigue siendo la más apalancada del mundo, mientras los planes de austeridad solo han dilatado los problemas. Todo indica que habrá que aplicar la brutal receta que el FMI obligaba a aplicar a los países del Tercer Mundo: condonación de la deuda por parte de los acreedores, confiscación de depósitos; controles de capital al interior de la zona euro y otros mecanismos de represión financiera; y una mayor inflación para licuar los saldos de deuda.

Esta crisis demuestra que los años gloriosos del capitalismo fueron un fraude. Todo el llamado crecimiento fue vía deuda y no hubo un crecimiento real que garantizara el futuro. La ilusión se ha diluído y solo queda el auténtico cáncer de la crisis. Una crisis que se sigue expandiendo y dando cuenta que aún quedan muchos días difíciles por venir.

Marco Antonio Moreno – El Blog Salmón ⎮Terc3ra Información ⎮

miércoles, 1 de enero de 2014

REFLEXIÓN SOBRE LA CRISIS FINANCIERA MUNDIAL

La crisis económica mundial en curso llega después del quiebre de importantes bancos de Estados Unidos, cuyos negocios se extendían en todo el mundo. Varios estudiosos están hablando de un fenómeno muy grave, comparándolo a los acontecimientos de 1929; otros dicen que se trata del proceso final del capitalismo que no logra seguir su trayectoria; todos están de acuerdo que se precisarán muchos años para salir de este problema. Que la dificultad sea importante lo demuestran las medidas que están tomando los países más desarrollados del mundo en América y en Europa, hasta llegar a entregar a estos institutos miles de millones de dólares. Un editorial del "Osservatore Romano", el diario del Vaticano, ponía justamente en evidencia que las medidas que se están votando y tomando por los parlamentos del mundo para salvar a los bancos, nunca fueron pensadas para salvar la vida de millones de personas que viven por debajo del nivel de pobreza, en la miseria extrema: es decir que lo que se hace para salvar una institución símbolo de la riqueza, no se hace para los pobres cuya situación no es más un secreto para nadie.


Pocos hablan, sin embargo, de las causas de la crisis económica. En realidad, es una crisis financiera, que tiene que ver con el movimiento del dinero: la crisis económica (disminución de riqueza y disponibilidad de dinero, falta de lugares de trabajo, de nuevos emprendimientos…) será la consecuencia, en el caso que los gobiernos no lleguen a resolver el problema.

Es una crisis financiera consecuencia de la falla del sistema del crédito. Este sistema es lo que está en la base (para hacer ejemplos de la vida cotidiana) de las tarjetas que permiten a los trabajadores comprar con el sueldo que todavía no cobraron y de los préstamos que permiten comprar hoy lo que sería el fruto de meses de ahorro (sin considerar en este momento el desperdicio de materias primas que este estilo de vida implica, ya que en muchos casos lo que se compra resulta al final inútil). 
Pasa a menudo encontrar personas que al momento de cobrar el sueldo se quedan con muy poco dinero, porque lo demás ya está comprometido para pagar cuotas de distintos préstamos que le sirvieron para comprar una moto, para hacer una fiesta, para tomarse dos días de vacaciones o para comprarle el celular al hijo; al endeudado le quedan dos opciones: comer y no pagar las cuotas (por ejemplo perdiendo el empleo) o intentar otro préstamo que le permita pagar y comer, por un tiempito más (calesita). 
El mismo sistema se usó para construir casas que después se compran en cuotas de varias décadas. Los bancos se especializaron en prestar dinero por finalidades inmobiliarias. Pero cuando las sociedades inmobiliarias llegan a la condición del endeudado del que se habló, ahí explota la crisis actual. Lo que tratan de hacer los gobiernos es prestar más dinero a los bancos para que aguanten la falta de pagos de cuotas sin parar sus negocios: de otra forma se da el quiebre de bancos y negocios. 

Llama la atención el paralelismo entre lo cotidiano y el sistema mundial: en realidad la crisis encuentra sus orígenes en actitudes que normalmente se indican como malas a los niños: querer tal juguete enseguida; no saber esperar; llorar si no se consigue rápidamente lo deseado; no aguantar que falte lo que tiene el compañero; no aguantar las frustraciones. ¿Por qué sufrir si es tan sencillo conseguir el dinero prestado para realizar los sueños? Es decir que estamos hablando de una crisis moral, de interpretación y aceptación de la vida por lo que es y no por como se quiere vivirla. Capaz la mejor forma para contribuir a la solución de la crisis es preguntarse por qué tengo una deuda (si la tengo) o por qué he pensado en algún momento pedir un préstamo.

Francesco Bottacin

domingo, 1 de diciembre de 2013

EL DESARROLLO ECONOMICO ESTA LLEVANDO A LA DESTRUCCION DE LA NATURALEZA Y LA VIDA

La obsesión por el crecimiento económico ha eclipsado la preocupación por la sostenibilidad, la justicia y la dignidad humana. Las personas no son desechables y el valor de la vida debe situarse fuera de este 'desarrollo', opinan algunos filósofos. 


"El crecimiento económico sin límites es sueño de economistas, empresarios y políticos, visto como una medida del progreso, pero que eclipsa la pobreza generada a través de la destrucción de la naturaleza, que a su vez conduce a la aparición de naciones incapaces de valerse por sí mismas", opina la filósofa y escritora india Vandana Shiva en un artículo del diario británico 'The Guardian'. Según Vandana, el concepto de crecimiento económico apareció durante la Segunda Guerra Mundial como una medida para movilizar recursos. "El producto interno bruto se basa en la creación de una frontera ficticia, en el supuesto de que si produces tanto como lo que consumes, entonces no produces. En efecto, este 'crecimiento' mide la rapidez de la conversión de la naturaleza en dinero y los bienes comunes en materia prima", explica Shiva. En este contexto, los ciclos naturales como "la renovación del agua y alimentos que produce la naturaleza" no entran en la categoría productiva de este concepto. 

"Un bosque vivo ha dejado de contribuir al desarrollo de la economía, pero si los árboles son talados y vendidos como madera nuestra economía va a crecer. Una sociedad saludable no contribuye al crecimiento, pero las enfermedades generan crecimiento a través de, por ejemplo, la venta de medicamentos patentados", continúa.

El agua es un bien común que pertenece a todos por igual para garantizar las necesidades de todas las personas. "Sin embargo, no genera crecimiento económico. Pero cuando la multinacional Coca-Cola construye fábricas, y empieza a bombear el líquido vital de las profundidades de la tierra para meterlo en las botellas, entonces sí hay un crecimiento económico", critica Vandana. "La evolución nos ha dotado de semillas. Los agricultores las han seleccionado y cruzado creando una diversificación que es la base de nuestra producción alimentaria. Pero estas semillas, que dan y renuevan la vida, que son cultivadas y almacenadas por los agricultores para la siembra no contribuyen al crecimiento de la economía. El crecimiento económico empieza cuando las compañías modifican las semillas y las patentan introduciendo cerraduras genéticas, obligando a los agricultores a comprarlas cada temporada de siembra", agrega. Sin embargo, este crecimiento se basa en la generación de más pobreza, tanto para la naturaleza como para las comunidades locales, expone la filósofa, quien señala que la biodiversidad se está destruyendo y los recursos naturales de todos y de libre acceso se han convertido en materias primas patentadas. De igual manera la pobreza sigue ampliando sus fronteras con la privatización de los sistemas públicos, se expone también en el artículo. 

"La privatización del agua, electricidad, salud y la educación conducen al crecimiento económico, ya que crecen los ingresos de los empresarios. Pero también genera pobreza, obligando a la gente a gastar grandes cantidades de dinero en algo que debería estar disponible para todos a precios asequibles", censuró Shiva. "Cuando todos los aspectos de la vida son comercializados y mercantilizados, la vida se vuelve más cara y la gente más pobre. Algo que no es sostenible e injusto económicamente", finalizó la escritora india. 

RT

sábado, 5 de octubre de 2013

LAS MONEDAS SOCIALES PLANTAN CARA A LA CRISIS

El boniato forma parte de una nueva generación de monedas -como el ecosol, el puma, o la mora- que han surgido en diferentes regiones españolas para reactivar las economías locales y también para protestar contra un sistema financiero que carece de rostro humano.
En España un fenómeno financiero avanza sin pausa, pero sin prisa. Actualmente, existen al menos 30 monedas sociales –también conocidas como solidarias o complementarias– que operan en el país. Las hay catalanas, andaluzas, madrileñas, vascas, castellanoleonesas…

Salvo casos excepcionales, carecen de una representación física tangible, pero son reconocidas como medio de pago de alimentos, libros, ropa, licores artesanos, clases de conducción, de gimnasia e incluso sesiones de psicoterapia.

“Un boniato ejerce la función de una moneda, pero no está timbrado, no es físico, no existe en papel aunque sea un medio de intercambio. No hay un billete que marque 5 boniatos, pero tiene un equivalente monetario”, explica José Vargas.

Vargas es miembro de la cooperativa responsable de la editorial y librería Traficantes de Sueños, uno de los negocios madrileños que forma parte de la red que promueve el pago con boniatos.
El esquema se asemeja al que utilizan las aerolíneas o los supermercados para fidelizar a sus clientes. Cada vez que un consumidor adquiere un bien o servicio –mediante un pago en euros– el comercio perteneciente a la red de negocios solidarios le acreditará un cierto porcentaje en boniatos. Cada negocio decide libremente el porcentaje que abonará a su cliente, aunque suele ser del 10%.
Cuando el cliente dispone de suficientes boniatos para adquirir el producto o servicio de su elección, paga con ellos en cualquiera de los comercios del circuito.

“Las monedas complementarias son un elemento indispensable en el sistema económico del futuro. La actual crisis económica no se puede desligar de la crisis ecológica. Debemos hablar de una crisis sistémica. La crisis actual va ligada al concepto de globalización y es el modelo de globalización el que está en crisis”



Alternativa a la crisis

“Cuando hay crisis y la población que está en paro se multiplica, se crean frecuentemente redes de monedas sociales. Cuanto más se acelera y profundiza la depresión económica, mayores son las protestas de la gente, pero también las propuestas que las acompañan”, dice a swissinfo.ch Jean-Michel Servet, profesor del Instituto de Altos Estudios Internacionales y del Desarrollo, en Ginebra.

Una visión que comparte Álvaro Martín Enríquez, director de Innovación de AFI, consultora y escuela de estudios de postgrado en finanzas en Madrid. “Las monedas complementarias han adquirido un significado particular en tiempos de crisis, debido a que fomentan la actividad económica local en una coyuntura en la que el paro ha superado el 25% y las rentas de las familias han caído drásticamente”.

Sin embargo, César Gómez Veiga, miembro Heliconia -cooperativa dedicada a la oferta de servicios ambientales y uno de los principales promotores del boniato- considera que las monedas sociales, el boniato en particular, son más bien el desenlace de 20 años de trabajo previo.
“Hace dos décadas comenzaron a constituirse las primeras cooperativas para una economía más social, y se requería un sustento financiero para ellas. El boniato es justo eso”, afirma.

Protesta y nueva identidad

Algunos especialistas consideran que las monedas son frecuentemente una bandera de protesta. Su surgimiento “revela un problema mucho más profundo: una fractura ideológica”, asegura Jean-Michel Servet, experto en economía solidaria y monedas complementarias.

“Hasta el año 2007, el mundo creía que debía seguir a pie juntillas las reglas del libre mercado, pero esta prolongada crisis ha llevado a la población a cuestionarlo todo”, prosigue.
“Frecuentemente, las monedas complementarias forman parte de un sistema de economía solidaria que promueven el comercio sostenible y consumo responsable, y que privilegia los productos locales y artesanos para dinamizar las economías locales, añade Servet.

Una visión que suscribe César Gómez Veiga al afirmar que “los boniatos tienen un carácter simbólico de transformación. Son un signo de identidad, la muestra de que es posible y necesaria una economía más solidaria tanto en el presente como en el futuro”.
En su opinión, las cooperativas que forman parte de la Red de Economía Alternativa y Solidaria (REAS) y promocionan el boniato, han enfrentado mucho mejor la crisis que los negocios tradicionales.

Falta respaldo institucional

Sin embargo, para ser exitosas a largo plazo, las monedas sociales necesitan un respaldo institucional, algo que aún no existe en España.

“Cuando una moneda social no es conocida y tiene poca aceptación, está condenada al fracaso, porque para funcionar requiere obligatoriamente una masa crítica”, explica Álvaro Martín Enríquez.

El economista cita como ejemplo la llamada libra de Bristol, que surgió en septiembre de 2012 en el Reino Unido y con la que se pueden adquirir bienes y servicios en más de 300 negocios locales. La peculiaridad de esta moneda –con un valor idéntico al de la libra esterlina– es que cuenta el respaldo de la Bristol Credit Union, y como consecuencia, del Banco de Inglaterra.
Existen billetes físicos, los consumidores disponen de cuentas electrónicas que les permiten comprar directamente en las tiendas, y también pueden realizar transacciones vía Internet o desde sus teléfonos móviles. Es un sistema que posee un marco regulatorio claro.

“En España, su uso es aún minoritario, menos sofisticado y está lejos de contar con el apoyo institucional”, señala Martín Enríquez. Las divisas españolas se hallan en una zona gris en la que se maneja de forma paralela al sistema monetario, precisa.

“Uno de los objetivos de toda moneda es la acumulación de riqueza, si una divisa carece de control y supervisión, pueden existir problemas. En España, no creo que las autoridades se hayan planteado siquiera este tema de manera formal. Es un asunto complejo que requiere tiempo y recursos. Es poco conocido. Quizás podría ser planteado por algún ayuntamiento, pero la situación económica es delicada, y de cara a los recortes de gasto que están en curso, sería muy difícil destinar recursos a cualquier tema que no sea crítico”.

Más adeptos

En la actualidad, no existen aún cifras oficiales o encuestas conducidas por el Ministerio de Hacienda sobre la evolución de las monedas complementarias en España. No obstante, sus avances se hacen evidentes en el día a día. No solo por el número creciente de monedas que surgen, sino por el interés que despiertan entre los consumidores.

Junio fue un mes clave para el consumo solidario español, y para el boniato en particular. A principios de ese mes se celebró la primera Feria de la Economía Solidaria en Madrid, una cita de dos días a la que asistieron 10.000 personas y donde 130 expositores se encontraron directamente con el consumidor.

Dada la magnitud del evento, el movimiento organizador, Economía Solidaria en Madrid, imprimió excepcionalmente papel moneda en boniatos y, según sus estimaciones, se realizaron 40.000 transacciones en esta divisa durante la feria.
A mediados de junio tuvieron lugar dos encuentros semejantes en Zaragoza y Pamplona. Y en septiembre y octubre están previstos eventos del mismo tipo en Bilbao y Barcelona.

Los españoles razonan su consumo y buscan alternativas para mantener en marcha las economías de proximidad a través de divisas distintas al euro, lo que pareciera una innegable consecuencia de la crisis.

Aunque César Gómez Veiga, de la cooperativa Helicornia, rechace la hipótesis con buen humor, pero con una rotunda convicción: “¡Qué va! Los boniatos y las otras monedas complementarias no son resultado de la crisis, pero que estemos hablando hoy de ellas… sí”.
Monedas complementarias en Suiza
·Suiza es uno de los países europeos con mayor tradición en materia de monedas complementarias.

·El WIR, que actualmente cuenta con 60.000 utilizadores, nació en 1934 como respuesta a la depresión de 1929 y 1930, cuando escasearon las monedas y los comerciantes de Zúrich necesitaban medios para asegurar sus operaciones comerciales.
·Actualmente, el 20% de las PYME helvéticas pagan sus consumos e inversiones en WIR. Las operaciones en esta moneda alternativa rondan los 1.800 millones de francos suizos anuales.

·El sistema WIR tiene sede en Basilea y sucursales en diversas regiones del país. Para garantizar transparencia y solvencia, está bajo supervisión del Banco Nacional Suizo (BNS).

·También existe el BonNetzBon (BNB) operado por la Cooperativa de Basilea, miembro de la Red de Economía Social. Esta moneda local puede intercambiarse (compra y venta) con los francos suizos tradicionales.

·El BNB se acepta también para transacciones comerciales en las regiones de Francia (Alsacia) y Alemania (Baden) fronterizas con Suiza. Físicamente existen billetes y monedas, cuya fabricación está protegida de falsificaciones a través de diversas técnicas de impresión.