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sábado, 7 de febrero de 2015

EL TALLER DE LAS MUJERES DE COLORES

Lo que comenzó como un curso de costura como medio de formación y reinserción de mujeres procedentes de la prostitución se ha convertido tres años después en  Dona Kolors, una marca social que elabora a mano y comercializa productos de moda y hogar. Cinco mujeres trabajan a tiempo completo en el taller, que también ha comenzado a coser para terceros, y más de 30 reciben cada año formación...





Por Maria Muñoz

La iniciativa surgió precisamente desde un taller de inserción que impartía la ONG catalana Lloc de la Dona, que lleva desde hace 30 años trabajando con mujeres que han ejercido la prostitución. “En la asociación decidieron comenzar un curso de costura y vieron que a las mujeres les gustaba y se les daba bien y propusimos que para esas navidades elaboraran diferentes productos y trataran de venderlos a personas cercanas; la experiencia funcionó muy bien”, explica Danielle Pellikan, responsable ahora de Dona Kolors y por entonces voluntaria en la ONG. De aquella primera venta agotaron los cojines, monederos y abanicos que habían elaborado a mano las mujeres.

Los recortes en las subvenciones hicieron que la asociación comenzara a plantearse a elaborar y a comercializar más productos como forma de financiación de los talleres de inserción y de creación de puestos de trabajo estables para las mujeres. Pellikan se embarcó en el proyecto, preparó un plan de negocio y nació Dona Kolors. “ Un nombre que puede leerse de varias maneras: las mujeres [dona es mujer en catalán] y los colores de los estampados y también las que dan color”, indica la responsable del proyecto.

Estampados africanos

El hecho de que todos los productos - desde manteles, cojines, bolsos o pendientes- estén elaborados con telas de vivos colores inspirados en los estampados africanos fue una idea que surgió precisamente de las mujeres que participaban en el taller de costura. “La gran mayoría de ellas procede de Nigeria y muchas comenzaron a traer las sus propias telas para empezar a trabajar con ellas y al final nos gustó a todas y decidimos mantener esos estampados”, detalla Pellikan. Las telas las importan de Holanda y los tintes procuran que sean lo más ecológicos y menos tóxicos posible.

Tras más de tres años en marcha, Dona Kolors ya emplea a tiempo completo a cinco mujeres y cada año más de 30 reciben formación. “Hay algunas que ya saben coser pero otras empiezan desde el principio nociones muy básicas hasta que al final aprenden a crear una prenda desde cero”, detalla Pellikan. De momento, la marca no puede contratar a todas las que forma, pero muchas de ellas han encontrado empleo en otros talleres, tiendas o trabajando por su cuenta. “Algunas trabajan en su casa haciendo arreglos, lo que les permite un cierto nivel de autonomía”, detalla la responsable del proyecto, quien subraya que uno “de los retos más grandes es mantener la eficiencia del taller para poder mantener la formación”.

Además de la venta de los productos a través de su  página web, Dona Kolors también tiene varios puntos de venta en diferentes locales de  Barcelona, Mallorca y Tarragona. También reciben encargos para regalos de empresas y de bodas y están empezando a estudiar la venta en el extranjero.

Lo sí han comenzado es a coser para terceros. “ Hemos empezado esta segunda línea con diseñadores locales”, señala Pellikan. Uno de ellos es  Coshop, una red de tiendas en Barcelona que ofrece un espacio a diseñadores que  apuestan por la producción local y por criterios de sostenibilidad ambiental y laboral y que está preparando una colección de productos bajo su propia marca. También han colaborado con marcas consagradas como  HossIntropia elaborando bolsos a partir de restos de otras temporadas.

martes, 7 de octubre de 2014

LOS DIOSES Y EL ABORTO

La Conferencia Episcopal ha dado el previsible tirón de orejas al Gobierno por desistir de legislar como delito lo que la iglesia católica considera un pecado. En este caso, la interrupción voluntaria del embarazo. Se ha hablado mucho de los fines electoralistas, algo del papel del movimiento feminista y el sentir social general y apenas nada del reequilibrio de influencia que se ha producido entre el poder eclesiástico y el estatal tras la destitución de Rouco Varela...





En la nota publicada esta semana tras la reunión de la Comisión Permanente, el máximo órgano católico en España ha afirmado que la retirada del “anteproyecto de Ley para la protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada” supone un obstáculo en la construcción de una “sociedad democrática, libre, justa y pacífica”.

El comité, compuesto exclusivamente por varones célibes de edad avanzada, afirma conocer bien “los sufrimientos y carencias de muchas personas” para quienes ofrece “caridad, que es el distintivo de los discípulos de Jesús”. En su rechazo a la actual legislación sobre el aborto no se hace ninguna alusión al concepto de pecado ni tampoco a una de las creencias básicas de las religiones monoteístas, como es el alma. En cambio sí se alude a “la ciencia” en esta argumentación que mezcla derechos humanos con principios morales.

La “vida” a la que alude constantemente el lobby católico no se refiere, obviamente, a la capacidad de vida autónoma, es decir, a la viabilidad extrauterina del feto. Tampoco tiene que ver con el concepto de vida manejado por la biología y que abarca desde organismos unicelulares hasta complejos vertebrados. Su concepto de vida humana está determinado por la unión de un alma espiritual con un cuerpo material. ¿Pero en qué momento exacto se produce este milagro?

La respuesta a esta cuestión ha variado enormemente a lo largo de la historia del cristianismo. El padre de la patrística, Agustín de Hipona, afirmaba en el siglo V que el aborto no constituía un homicidio ya que no puede haber “alma viva” en un cuerpo incompleto que no puede valerse de sus sentidos. Durante la Edad Media y Moderna el debate continuó, si bien había cierto consenso teológico en torno a la teoría de la hominización retardada. Según esta, el alma se introduce en el feto a los 40 días de la concepción, en el caso de los varones, y a los 80, en el caso de las mujeres.

Hasta aproximadamente los años 30 del siglo XX no se llega a la postura actual defendida por la doctrina católica, que asegura que Dios insufla el alma al cigoto en el mismo momento de la concepción. De ahí se deriva la actual condena al aborto voluntario, aunque deja muchos interrogantes abiertos, como si se debe bautizar al feto en los abortos espontáneos tempranos, por ejemplo. No obstante, algunos teólogos y teólogas, así como organizaciones como Católicas por el Derecho a Decidir, no consideran que esta práctica sea moralmente recriminable en todos los casos y de forma absoluta.

Según la religión islámica, la vida humana no comienza con la concepción sino que se va formando de forma gradual hasta que en un determinado momento, que la mayoría de corrientes sitúa en torno a los 120 días, el espíritu entra en la carne. Aunque las posturas sobre el aborto varían considerablemente, en general se considera que la vida de la madre prevalece sobre la del feto. En muchos países islámicos se permite la interrupción voluntaria del embarazo en el supuesto de que peligre la salud física o mental de la madre, aunque en algunos se exige autorización paterna o marital. En países como Túnez o Turquía, sin embargo, el aborto es legal dentro de un plazo, sin restricciones.

Aunque el judaísmo no considera el feto como una entidad independiente, sólo permite el aborto por libre decisión de la madre en caso de que su vida corra peligro. El hinduísmo, otra de las religiones mayoritarias en el mundo, mantiene una actitud compleja respecto al momento de inicio de la vida espiritual y el aborto. Por su parte el budismo no cree en la existencia de almas individuales creadas por una divinidad antropomorfa. Consecuentemente, los países mayoritariamente budistas tienen legislaciones permisivas y dejan que cada persona realice su particular valoración moral.

En un estado democrático y laico, los designios de las diferentes divinidades no pueden determinar la legislación civil. Sin embargo, la jerarquía católica actúa como un lobby político que busca dinero, poder e influencia en la esfera pública. Los obispos deberían aprovechar la retirada del ambicioso Rouco Varela para cambiar de aires y limitarse a recordar a sus seguidores qué es virtud, qué pecado y qué recompensa o castigo ha prometido su dios para cada tipo de acto.

sábado, 12 de abril de 2014

LA VIOLENTA BÚSQUEDA DE LA BELLEZA FEMENINA

Las demandas físicas y psicológicas a las que las mujeres están expuestas en nuestros días son mucho más considerables que las de los hombres: el cuerpo de la mujer se considera —en el discurso político y oficial— un lugar de consenso público, sobre el que la ley debe erigirse como protector, pero también como el terreno donde la opresión se ejerce con una normalidad aterradora.


Desde la cosmética facial a la cirugía plástica, y desde la química de la piel y el cabello hasta la ingeniería reproductiva (sin contar la siempre perenne represión sexual), cada célula de la mujer es un espacio público en disputa.

Reaccionando contra la normalización de la violencia contra la mujer a través de la industria de la belleza, la artista Jessica Ledwich presentó la serie The fanciful, monstruous feminine (algo así como “el original y monstruoso femenino”); una colección de imágenes donde el proceso de producción de la belleza femenina se enmarca como un subproducto del dolor —una suerte de tortura industrializada donde cada mujer es la torturadora por excelencia de sí misma.


Ledwich muestra también con desoladora ironía cómo la imagen de la femme fatale desborda la esfera del glamour y la moda para invadir el terreno de la maternidad, como si la seductora y la madre (los arquetipos de María Magdalena y la Virgen María) se fusionaran —sin reconciliarse— en una mujer-frankenstein, producto de la técnica de un demiurgo que fiscaliza el cuerpo femenino incluso a nivel celular.

Si Primo Levi se preguntaba hace más de medio siglo: Si esto es un hombre (con respecto a la experiencia de los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial), el trabajo de Ledwich podría utilizarse como predicado a la declaración sobre si esto es una mujer: un cuerpo cuya apariencia, medidas, funcionamiento, ciclos y expectativa de uso no es más que otro producto regulado por leyes cuyas órbitas de circulación se encuentran siempre de antemano trazadas; un cuerpo —un lugar imposible de conquistar, una utopía— que la mujer transforma según las pautas de su momento histórico y el patrón de belleza al uso. 

Si el hombre —como especie— puede sobrevivir al campo de concentración y a la experiencia de la tortura y la destrucción de la dignidad, cabría preguntarnos si la mujer —como género— no está siempre de antemano encerrada en las premisas donde la sociedad decide que debe moverse. Como si de algún modo la mujer no pudiera salir de un campo de concentración que lleva consigo —en el espejo— a todas partes.