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jueves, 22 de enero de 2015

HOMBRES FEMINISTAS: LA REVOLUCIÓN PENDIENTE

El proceso implica deconstruir al “machista interno” que cada uno de los hombres reconoce en sí. Se los ve ruidosos y apasionados en manifestaciones públicas en días dedicados a la lucha feminista (8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, o incluso el 25 de noviembre, Día Mundial por la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres).

Acuden en multitudes a marchas de movilización en pro de los derechos de las mujeres, contra la violencia de género y los feminicidios, a favor del aborto libre y gratuito.

Algunos se visten con faldas, en abierta provocación a la estética tradicional, otros son más formales, pero todos, todos, cantan consignas tradicionalmente coreadas por grupos de mujeres feministas radicales; son cada vez más visibles en las redes sociales, en particular, en Facebook. Son hombres feministas...






¿Quiénes son estos hombres? ¿Puede un hombre ser auténticamente feminista? ¿O se trata de una contradicción per se, desde lo teórico y en la práctica?

Desde hace siglos, la humanidad ha sido testigo del accionar y el pensamiento de (escasos) hombres solidarios con los derechos de las mujeres. Cada vez más claramente, aunque de manera individual, han surgido intelectuales, políticos y artistas que han denunciado la desigualdad de género y apoyado en foros públicos el discurso reivindicativo feminista. Citemos unos pocos ejemplos conocidos de los últimos siglos: Condorcet, John Stuart Mill, Bernard Shaw, Edward Carpenter, Adolfo González Posada, Frederick Douglass, Santiago Valentí Camp, W. E. B. Du Bois o Henrik Ibsen. Recordemos que las sufragistas del mundo contaron con el apoyo de (todavía escasos) hombres, quienes incluso sufrieron cárcel por el solo hecho de colaborar con estas mujeres. Ya a finales del siglo XX y al margen de la actividad política o artística, encontramos a teóricos de vanguardia como el psicoterapeuta hispanoargentino Luis Bonino o, más recientemente, el jurista español Octavio Salazar.

Es recién en la década de 1990 cuando estos hombres pro feministas comienzan a superar la acción individual y se organizan en asociaciones, colectivos, círculos, redes, etcétera. Surgen, entonces, agrupamientos bajo nombres hasta ahora inusuales como Colectivo de Varones Antipatriarcales, Asociación de Hombres Igualitarios o, lisa y llanamente, Hombres Feministas.

Jesús Espinosa Gutiérrez, militante de AHIGE (Asociación de Hombres por la Igualdad de Género de España), nos comparte: “En AHIGE no nos identificamos como feministas y, en cambio, preferimos hablar de hombres igualitarios porque consideramos que el feminismo o la lucha feminista es exclusiva de las mujeres. En este sentido, nosotros solo podemos apoyar las iniciativas (puntuales o programáticas) propuestas por los grupos de mujeres feministas”.

Las denominaciones de estos grupos de hombres varían dependiendo del país y del objetivo que persiguen. En Argentina y Uruguay, se habla más de “varones antipatriarcales” (contra un sistema social que privilegia a los hombres) mientras que, en España, encontramos asociaciones o colectivos de “hombres igualitarios” (o por la igualdad) o “feministas” cuyo fin es promover la participación de los hombres en los avances por la igualdad de género. Asimismo, existen agrupaciones de hombres en torno a las “masculinidades”, cuyo propósito central es la reflexión sobre las nuevas formas de ser hombre, alejándose del machismo y el discurso tradicionales.

Párrafo aparte merece la campaña Lazo Blanco, originada en Canadá en 1990, pero que cuenta con sedes en diversos países del mundo y reúne a hombres con el objetivo de “implicarlos en la lucha contra la violencia contra las mujeres, contribuir a romper el silencio masculino sobre el tema, y que los varones se pronuncien públicamente en el rechazo a la violencia e invitarlos a cambiar los modelos machistas y los comportamientos personales machistas, que están en la base de la violencia de género” (discurso de apertura de la campaña Lazo Blanco en España, por Luis Bonino).

Con una excelente capacidad organizativa y de acción política, así como un manejo intenso de los recursos de la informática y gran cantidad de militantes activos, estas asociaciones establecen alianzas y redes cada vez más amplias, en un movimiento cada vez más extendido en el mundo entero. A grandes rasgos, estos grupos de hombres desempeñan sus actividades en tres líneas de pensamiento y acción:


1. La reflexión individual y colectiva sobre una nueva forma de ser hombre, actuar, sentir, manifestarse, en resumen, de vivir la condición masculina.

2. La promoción de igualdad de género a fin de construir relaciones igualitarias con las mujeres y otras identidades de género.

3. El apoyo de las reivindicaciones de la agenda feminista.



El proceso de reflexión implica necesariamente identificar y deconstruir al “machista interno” que cada uno de estos hombres reconoce en sí, como resultado de haber crecido en una sociedad profundamente patriarcal. El objetivo final es lograr una revolución interior que ha quedado pendiente en la gran mayoría de los procesos de avance social: construir un hombre nuevo, capaz de renunciar a sus privilegios, en razón de un imperativo ético y para optar por relaciones más sanas, justas, felices y libres de violencia.

Entusiasman la propuesta y las acciones. Sin embargo, numerosos grupos de mujeres observan con escepticismo este “feminismo masculino”. En primer lugar, la congruencia entre las declaraciones públicas, por un lado, y la realidad personal, por otro, pareciera ser el gran desafío.

María (nombre ficticio) nos relata: “Mi marido es un ’feminista’ conocido globalmente, alto funcionario de una institución internacional. Desde hace décadas, imparte conferencias sobre los derechos de la mujer; aparece en televisión, periódicos y revistas, abogando por el fin de la violencia contra las mujeres. Su discurso es realmente convincente, como si se estuviera frente a la reencarnación de Gandhi o una versión masculina de Simone de Beauvoir. Sin embargo, este ‘feminista’ fue feroz cuando nos abandonó a mí y a nuestros hijos ejerció todo su poder económico y legal para hacernos vivir en terror constante. Durante el primer año amenazó con quitarme a los niños, dejarme sin visa, sin apoyo económico, etcétera. Soy escritora y traductora; desatendí mi carrera profesional para dedicarme por décadas a apoyar la suya, confiando en que él era un hombre de convicciones éticas y feministas, incapaz de este tipo de violencia. Todavía no sabemos cuándo terminará este acoso, este despojo de los derechos más fundamentales. Hay una incongruencia monstruosa, entre su discurso público y su vida privada. El eslogan que corean los grupos feministas es ‘lo privado es público’ porque es en el ámbito privado donde se comprueba si un hombre es realmente feminista o si solo utiliza el feminismo como trampolín para una carrera profesional. Si no se es feminista en casa, con la familia, con la pareja, con los hijos, no se es realmente feminista. Lástima”.

De igual manera, en determinados círculos feministas, las agrupaciones de hombres igualitarios son vistas con escepticismo, tanto desde lo privado (desafortunadamente, la situación personal de “María” no es un caso aislado, ni siquiera es el más extremo) como lo público. “Ya no hablemos de las incoherencias de los que llamamos peyorativamente ‘progres de boquilla’ o ‘machirulos de izquierda’ en su vida personal: hacen la revolución feminista en la calle, pero en sus casas relegan a sus mujeres a tareas y lugares subalternos. Hablemos también de los espacios públicos que algunos de estos varones han copado en instituciones nacionales e internacionales dedicadas a la promoción de las mujeres; hablemos de la agenda feminista que intentan liderar. Muchos han visto el filón político y hasta económico del feminismo y se acoplan solo para lucrar. Eso es todo”, nos comenta Elsa M. G., de Femen Rusia, en declaraciones que solicita sean tomadas estrictamente como opiniones personales.

Lo cierto es que, con luces y sombras, con desgarradoras incongruencias, con honestidad, convicción y valentía en diverso grado, con largo camino que recorrer, en círculos de hombres o en el seno de grupos feministas mixtos cada vez más numerosos, estos hombres pro feminismo son esenciales en la construcción de un nueva sociedad, basada en el equilibrio de poder, la justicia y el respeto. Así lo comprenden otras tantas agrupaciones de mujeres o incluso la ONU, con la campaña ELporELLA (HeForShe), lanzada por la actriz británica Emma Watson e inaugurada recientemente en la sede de Naciones Unidas en Nueva York. Resuenan, entonces, las palabras de Alexander Ceciliasson, militante del partido sueco Iniciativa Feminista (FI): “Yo me llamo feminista. Me emociono por asuntos feministas y por la lucha por la igualdad. Soy un hombre blanco, heterosexual y sin discapacidades. (...) [existen] dos tareas fundamentales por cumplir en la lucha feminista: uno, retroceder y callarnos y dos, hablar con otros hombres”.


Autora: Verónica Pereyra Carrillo. Comunicadora y consultora internacional de diversos organismos de la ONU y organizaciones no gubernamentales.

lunes, 4 de agosto de 2014

EL ORIGEN DEL PATRIARCADO

Es innegable; que no quiere decir aceptable, el camino andado en cuanto a los conocimientos y saberes adquiridos en relación a las mujeres en el pasado. Pero la gran mayoría de estas investigaciones se retroalimentan de presupuestos claramente patriarcales. Mucho se ha criticado (y con razón) la sociedad patriarcal, el poder masculino y el papel de la mujer (y el conjunto de los transgéneros). Es ese papel, el que ha sido cuestionado muchas veces, la mayoría sin argumentos, y que culpabiliza y hace responsable a la mujer de la propia opresión padecida. La existencia de un mutuo acuerdo entre hombres y mujeres, una especie de “comunión” en la que las mujeres contribuyeron a establecer y sustentar, implicándose en su propia opresión. Esta situación de complicidad, en el imaginario colectivo se llevaría a cabo en condiciones en las que las mujeres eran libres de coerción y sin padecer ningún tipo de violencia, represión ni tan siquiera alineación. Todas estas afirmaciones sitúan a la mujer como sostenedora y transmisora de la institución del Patriarcado...


No se nos ocurren mayores muestras de insolidaridad hacia lo femenino que negar o justificar esa opresión. Al margen de una mayor o menor participación (que no cooperación) en la reproducción del patriarcado, la mayoría de las mujeres no han contado con las herramientas suficientes para hacer frente al poder masculino. Fundamentalmente porque no comparten las mismas condiciones objetivas (trabajo, participación, producción) ni están inmersas en el mismo proceso de socialización (conocimientos, formación, cuidados recibidos, padecimientos sufridos, etc.). Por lo tanto ese tipo de discursos son altamente peligrosos, ya que tienden, por el contrario a anular toda responsabilidad por parte de los opresores.
En el plano histórico, al analizar los orígenes de la dominación masculina sobre las mujeres, se nos plantea la duda de que si sexuar el pasado es necesario o no, es decir, ¿porque consideramos necesario saber quien hacía cada cosa y porqué?..

Porque nos permite conocer como el ser humano pasó de una clara diferencia biológica a una división sexual del trabajo y la posterior dominación. El hecho de dar vida, esta primera división del trabajo en función del sexo, no implica la explotación de un sexo sobre otro ya que puede paliarse evitando la existencia de disimetrías en el reparto de trabajo. Ha sido el patriarcado quien legitima e institucionaliza una relación de dominación, inscribiéndolo en una supuesta naturaleza biológica. Son las mujeres las que al criar, producen los futuros sujetos sociales destinatarios del trabajo humano.

¿Cómo surge esta desigualdad? El origen del Patriarcado.

Se conoce que la sexualidad surge hace 3.000 millones de años y la reproducción sexual hace 1.000 millones de años. El sexo crea variación de descendencia, propagación de características ventajosas y elimina los rasgos desfavorables, aunque también es conocido que en la naturaleza se dan casos de descendencia a partir de un solo sexo, o de que aunque existan dos, uno solo tiene la capacidad de crear vida(Partenogénesis) , en el ser humano es necesario el encuentro entre dos sexos para la reproducción sexual. Los primeros encuentros sexuales de los que tenemos constancia son entre Neardenthales y Sapiens, que beneficio el sistema inmunitario (Hace 65.000 años).

Aunque es muy difícil conocer a ciencia cierta cómo eran las relaciones económicas, sexuales, sociales en las primeras etapas del ser humano, hay muchas pruebas que indican que a diferencia de lo que nos han enseñado del Cisgenero “de toda la vida” el transgénero existe desde hace miles de años.
Si nos remontamos al Paleolítico la autosuficiencia era igual en hombres y en mujeres, con una repartición similar entre todos los miembros del grupo.
Existía cooperación. La educación de las crías era asumida por el grupo; aunque es muy probable que la aparición del protolenguaje fuese gracias a las mujeres. Apenas era conocida la paternidad; las relaciones sexuales no eran controladas por la comunidad, eran relaciones más o menos libres y aunque existían implicaciones emocionales, debido por ejemplo a la forma de mantener relaciones cara a cara (único en bonobós y en humanos) y que las relaciones no eran duraderas en el tiempo, el único parentesco conocido era la maternidad. Las hembras copulaban con varios machos y no se conocía la relación entre coito y embarazo (Muchas tribus actuales creen que las relaciones sexuales sirven para preparar a la mujer para que el espíritu del hijo/a entre en sus cuerpos).
Las relaciones de poder se limitaban en algunos casos al poder temporal de los chamanes (ha quedado demostrado el uso de las drogas para este fin).

Se tiene constancia de que la recolección fue vital para el grupo, y la caza, al contrario de lo que se cree, fue en la mayoría de las ocasiones para complementar la ingesta de vegetales. Sobre la caza también se ha dicho mucho, como que era cosa de hombres. Ni era la actividad más importante ni estaba asumida solo por hombres. Las mujeres y los hombres, en un principio carroñeaban, ya que no se tenía un metabolismo adaptado para cazar. Y conforme sus cuerpos se fueron adaptando ambos sexos compartían la tarea de conseguir alimento matando a otros animales.

Distintos aspectos, como que los animales podían oler la menstruación de las mujeres y huir o atacar, el hecho de que las hembras criasen, etc. condujo a que conforme fueron conscientes de su importancia para el grupo y al ser peligroso para el embarazo ciertas actividades como cazar, explorar, luchar , la exposición a las inclemencias del tiempo etc. Poco a poco sus labores pasasen a ser la de la recolección.

Con el paso de mucho tiempo y tras perfeccionar la caza, esta paso a ser la actividad principal para conseguir alimento en épocas de escasez de recursos. La recolección paso a ser necesaria para alimentar a los machos en sus expediciones para conseguir alimentos, con lo que las mujeres alimentaban a los hombres, y los hombres al grupo entero. Además los machos se convirtieron en personas entrenadas y vigilantes que acostumbraban a expresar agresividad.

Del sexo sin necesidad de monogamia, pasamos a una sociedad basada en parejas, debido al conocimiento de la paternidad. Ya en el Neolítico; con la ganadería, las sociedades apreciaron como cuando separaban a las hembras de los animales machos, estas no se quedaban embarazadas (Jacques Dupuis).
Ahora, que los hombres sabían quiénes eran sus hijos/as, y con la agricultura asentada, la propiedad privada cobra más fuerza. Les interesa aprovechar la fuerza de trabajo de sus hijos/as para cultivar sus tierras y explotar sus recursos. Todas las investigaciones apuntan a que la mujer o inventó o perfeccionó la agricultura. Cuando sus cultivos agotaban los suelos, estos tenían que trasladarse de sitio, por lo que el registro arqueológico demuestra como el Patriarcado se asentó antes en sociedades asentadas cerca de los deltas de los ríos, que autoregeneraba el suelo, ya que para trasladarse era un inconveniente cargar con crías, así que retrasaban el parto. Sin embargo, en las sociedades con recursos interesaba que la mujer tuviese hijas/os. La familia (De famulus; conjunto de bienes del patriarca), aparece, y debido a su potencial económico destierra a las sociedades que apostaban por huir de la monogamia y que practicaban la cooperación de todas las personas. La simbología es muy importante en todo este proceso. Los antepasados de estas sociedades ya conocían el ciclo menstrual y lo relacionaban con la luna. A partir del asentamiento del patriarcado se le comienza a dar más importancia al sol (por su relación con la agricultura). Es decir, esta simbología nos muestra la importancia de la economía y del poder en el desarrollo de las sociedades.

Mayor trabajo para la mujer en el Neolítico. Dominación en sociedades sin Estado.

Al analizar esqueletos de individuos de estas sociedades, comprobamos como los dedos del pie de la mujer, sobre todo el dedo gordo, ha sufrido la pérdida del cartílago (debido a la postura que ejercían al agacharse a moler grano).
Y si observamos a muchos individuos, es curioso como en los hombres aparece una hendidura en la rotula, lo que indica que pasaban mucho tiempo con las rodillas flexionadas (sentados) ;que casi no aparece en las mujeres: debido a que después de la jornada laboral estos podían descansar, mientras que la mujer tenía en encargarse de otras labores.
El fémur humano desarrolla una protuberancia ausente en personas sedentarias. Restos del sureste de Arizona muestran que los hombres tienen estas marcas, pero las mujeres no, es decir que mientras los hombres realizaban un comportamiento nómada, el fémur de las mujeres muestra una actividad sedentaria (obviamente la agricultura).
Un gran error a la hora de criticar la dominación del hombre hacia l mujer, y su limitación al plano domestico, es ver estas actividades como el mantenimiento de los hijos/as, solamente como necesario para la subsistencia, pero no como lo que verdaderamente es; una actividad económica. La mujer trabajaba tanto dentro como fuera de casa, aunque las unidades domesticas no eran iguales a como son ahora, sería muy injusto considerar estas actividades simplemente como “actividades familiares o domesticas”. En esta nueva de organizar la sociedad, tenemos constancia de que los niños/as con 10 años ya trabajaban en el campo, y que conocían métodos para que la mujer tuviese más hijos/as. (Se han encontrado figuras que mostraban a dos individuos imitando posturas sexuales que observaban en los animales).
La agricultura dio lugar a nuevas formas de relacionarse, y a la acumulación de bienes (animales, utensilios, etc.) lo que llevó a la aparición de rangos y jerarquías( A mayor acumulación de bienes mayor peso social).

Feminismo Libertario

El término anarco-feminismo, tal y como lo conocemos hoy día, nace en el siglo XIX haciendo referencia a las mujeres anarquistas que actuaban dentro de los movimientos feministas y anarquistas. Entre las pioneras en este ámbito encontramos a Mary Wollstonecraft y la comunera Louise Michel, que fue la primera mujer en empuñar la bandera negra característica del movimiento anarquista, que fue curiosamente confeccionada con una falda negra.
Lxs anarco-feministas señalan que los rasgos autoritarios, la agresividad, la competición, la desensibilización, etc. son tradicionalmente señalados como “masculinos” y que se entiende socialmente intrínseco en los hombres. Mientras que, por otro lado, los rasgos no autoritarios como la cooperación, compasión, la sensibilidad, etc. Son valores considerados “femeninos” y socialmente desvalorados. Estos roles impuestos por la sociedad son los que se trabajan en su erradicación en las organizaciones anarco-feministas.
Otra de las cuestiones que el anarco-feminismo aborda son las relaciones sentimentales entre personas: se promueve las relaciones de responsabilidad compartida, amor libre y sexualidad responsable mientras se opone a la institución estatal-eclesiástica del matrimonio, la concepción tradicional de familia, la educación, etc.
A mediados de los años 70 nace el llamado, feminismo de la diferencia que pretende, no buscar la igualdad de género, si no que busca crear una identidad propia de la mujer, reconociendo la distinción en cualidades y preferencia entre un sexo u otro. Debemos considerar que existen diferencias, y que estas no tienen porque ejercer dominación, si no derivar en reciprocidad y cooperación. El pretender conseguir la igualdad es algo absurdo, ya que dentro de la igualdad nos encontramos con homogeneidad, estandarización y una normalidad (la normal ideal).

Espacios de mujeres, grupos no mixtos.

Con la evolución del feminismo nace la necesidad de crear espacios solo de mujeres para la lucha feminista, algo que se ha cuestionado y se cuestiona en todas las organizaciones. Sin embargo, este movimiento tradicionalmente se lo planteado al revés: ¿Podemos acabar con el patriarcado diferenciándonos entre sexos?
Está claro que sólo las mujeres no podríamos hacer la revolución para acabar con el patriarcado, ya que este es muy poderoso, penetra en cada aspecto de nuestra vida y en una revolución social debemos participar toda la sociedad, sin hacer ninguna diferencia.
Pero debemos cuestionarnos, ¿Por qué la mayoría de los grupos que trabajan en el movimiento feminista están compuestas mayoritariamente por mujeres? Principalmente por el principio de autoorganización. Está claro que el oprimido no se reúne con su opresor para tomar conciencia de su opresión y para decidir las líneas de actuación contra el mismo.
¿Es que debe ser un hombre quien nos muestre hasta qué punto el género masculino, al que pertenece, nos está oprimiendo? Además de ser de un paternalismo flagrante, no quiero ni pensar cuál podría ser la reacción de cualquier mujer. Si alguien ha de descubrirme el grado de opresión que sufro, prefiero que sea una igual, entre otras cosas porque me entenderá mejor y me sentiré más cómoda cuando tenga la necesidad de despotricar contra mi opresor.

Los espacios no mixtos son espacios propios dónde la mujer nos hacemos fuerte contra el mundo patriarcal que nos oprime. Durante los años 70, con el feminismo radical, tuvo un gran crecimiento los grupos de autoayuda, dónde las mujeres podían reunirse para encontrar apoyo mutuo y expresar su malestar y preocupaciones, como por ejemplo perder el miedo a intervenir la vida política.
Todxs sabemos que en España hace poco que las mujeres tenemos acceso a la educación, al trabajo, métodos anticonceptivos, etc. Por tanto, participar políticamente en cualquier movimiento supone un gran reto, ya que es un mundo de hombres, con unos esquemas y unas formas totalmente masculinas y en donde, por el hecho de ser mujer, parece que tu opinión tiene menos valor. En un grupo de mujeres es más fácil perder el miedo a opinar, a hablar en público, a tomar iniciativas y también a equivocarse: se trata de un entorno menos hostil.

El movimiento libertario se cree tener superado este tema, pero si rascamos un poco la superficie, nos daremos cuenta que todavía existen desigualdades dentro de las organizaciones, que las mujeres no participan por igual, que no todos los valores del feminismo estás asumidos por los hombres y que, incluso, se tiende a repartir tareas según el género, de ahí la necesidad de crear grupos de trabajos no mixtos al igual que trabajar el feminismo con mas periodicidad. 
   
Otro factor importante es la existencia de una contracultura femenina. Romper con el patriarcado y construir un nuevo mundo implica reconocer unos valores femeninos, hasta ahora ignorados, desprestigiados o explotados. Esta contracultura se hace del todo necesaria ya que lo cuestiona todo.
En la lucha contra el patriarcado es necesario el cuestionamiento por parte de los hombres de sus privilegios, y el trabajarse las masculinidades, es decir, abordar como afecta el género masculino a los hombres y como eliminar los roles de dominación, no interfiriendo en la lucha feminista sino empatizando y apoyando esta lucha mediante su propia lucha contra los roles patriarcales.

Escrito por Manifiestoalalocura y Virginia:

Visto en:

sábado, 12 de abril de 2014

LA VIOLENTA BÚSQUEDA DE LA BELLEZA FEMENINA

Las demandas físicas y psicológicas a las que las mujeres están expuestas en nuestros días son mucho más considerables que las de los hombres: el cuerpo de la mujer se considera —en el discurso político y oficial— un lugar de consenso público, sobre el que la ley debe erigirse como protector, pero también como el terreno donde la opresión se ejerce con una normalidad aterradora.


Desde la cosmética facial a la cirugía plástica, y desde la química de la piel y el cabello hasta la ingeniería reproductiva (sin contar la siempre perenne represión sexual), cada célula de la mujer es un espacio público en disputa.

Reaccionando contra la normalización de la violencia contra la mujer a través de la industria de la belleza, la artista Jessica Ledwich presentó la serie The fanciful, monstruous feminine (algo así como “el original y monstruoso femenino”); una colección de imágenes donde el proceso de producción de la belleza femenina se enmarca como un subproducto del dolor —una suerte de tortura industrializada donde cada mujer es la torturadora por excelencia de sí misma.


Ledwich muestra también con desoladora ironía cómo la imagen de la femme fatale desborda la esfera del glamour y la moda para invadir el terreno de la maternidad, como si la seductora y la madre (los arquetipos de María Magdalena y la Virgen María) se fusionaran —sin reconciliarse— en una mujer-frankenstein, producto de la técnica de un demiurgo que fiscaliza el cuerpo femenino incluso a nivel celular.

Si Primo Levi se preguntaba hace más de medio siglo: Si esto es un hombre (con respecto a la experiencia de los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial), el trabajo de Ledwich podría utilizarse como predicado a la declaración sobre si esto es una mujer: un cuerpo cuya apariencia, medidas, funcionamiento, ciclos y expectativa de uso no es más que otro producto regulado por leyes cuyas órbitas de circulación se encuentran siempre de antemano trazadas; un cuerpo —un lugar imposible de conquistar, una utopía— que la mujer transforma según las pautas de su momento histórico y el patrón de belleza al uso. 

Si el hombre —como especie— puede sobrevivir al campo de concentración y a la experiencia de la tortura y la destrucción de la dignidad, cabría preguntarnos si la mujer —como género— no está siempre de antemano encerrada en las premisas donde la sociedad decide que debe moverse. Como si de algún modo la mujer no pudiera salir de un campo de concentración que lleva consigo —en el espejo— a todas partes.

lunes, 10 de marzo de 2014

BRUJAS DEL NUEVO MILENIO

Temblad, malditas, porque las brujas están de moda. Lo que quiere decir que las firmas de alta costura ya han pensado en explotar el estereotipo en su colección otoño-invierno 2015; que las revistas que marcan tendencia pondrán todo su ingenio a trabajar en aunar compras y aquelarres; que la maquinaria de ficción exprimirá el potencial de hacer dinero con personajes como Maléfica, en las carnes de Angelina Jolie, e insistirá en el atractivo de las tipologías –¿Qué bruja te pides ser?– con series de televisión como American Horror Story. Aseguran de la futura Salem, nuevo experimento seriado, donde se narran los famosos juicios ocurridos en dicha localidad (y alrededores) en el siglo XVII, que traerá una imagen “atrevida y rompedora” de las brujas. El mito, y su potencial como metáfora, explotados por el mercado...

Brujas del siglo XXI como metáfora subversiva inherente al discurso feminista, recuperado hoy por artistas, filósofas y guionistas de cine, cómic y televisión. Ilustración: Daniel Luna Sol


En Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (Traficantes, 2010), Silvia Federici amplía los límites semánticos al recordar que la hechicera no era sólo la partera, la mujer que evitaba la maternidad o la mendiga; también era la libertina, la promiscua antisistema, la adúltera y la prostituta; “todas aquellas mujeres que practicaban su sexualidad fuera de los vínculos del matrimonio y la procreación”. La culpa era inherente a la mala reputación. Esta herramienta de control, de sumisión, buscaba (y busca) coartar a la mujer que habla en el ágora; “a la rebelde que contestaba, discutía, insultaba y no lloraba bajo tortura”. Ya sea en la plaza, tribuna o estrado, lo que la institución patriarcal ha intentado a lo largo de la Historia, y especialmente a través de la Caza de Brujas, entre los siglos XVI y XVII, ha sido degradar, demonizar y destruir el poder social de un colectivo organizado; negarle la voz, y la palabra. No hay que olvidar que fue, precisamente, en ese espacio público y político –las hogueras y las salas de tortura– donde se cimentaron los principios burgueses de feminidad y domesticidad que tan útiles le siguen siendo, hoy por hoy, al sistema.

De las insistentes y aleccionadoras muertes en la hoguera, se le permite a la prostituta sobrevivir a cambio de la muerte de la bruja. ¿Por qué? Hablamos del arquetipo, de la metáfora hecha carne, carne de mujer. El necesario control sobre la “lujuria insaciable”, según los demonólogos que firmaron el Malleus Male­ficarum, y la institucionalización de la “debilidad moral y mental” como origen de la perversión femenina, tal y como aseguraron Martín Lutero y los humanistas de la época. Las mujeres y su relación con el Diablo como argumento vertebrador. Federici insiste: “La caza de brujas transformó la relación de poder entre el Diablo y la bruja. Ahora la mujer era la sirvienta, la esclava, el súcubo en cuerpo y alma, mientras el Diablo era al mismo tiempo su dueño y amo, proxeneta y marido”.

Empuñar la palabra

La ensayista y crítica literaria Francesca Serra ya lo advertía en Las buenas chicas no leen novelas (Península, 2013): tanto el instinto como la mercancía son asignadas a género, codificadas “mujer”, por una razón, la obediencia. Existen dos funciones encomendadas a las brujas domesticadas, ahora sumisas consumidoras: hacer dinero y potenciar la figura del intelectual varón. No por casualidad, Serra recuerda que las mujeres han llegado tarde al sistema capitalista y juegan con las reglas de los otros, resguardándose en la voz pasiva. De la conciencia de esta servidumbre, surgen resurrecciones y reapropiamientos, como el de la Conspiración Terrorista Internacional de las Mujeres del Infierno (W.I.T.C.H.), que entre los años 1968 y 1970 recupera y resignifica el arquetipo de la bruja: “W.I.T.C.H. significa romper el concepto de mujer como criatura biológica y sexualmente definida. Implica la destrucción del fetichismo de la pasividad, el consumismo y la mercancía”.

Lo performativo como arma. La palabra como puñal. Las siglas W.I.T.C.H. escondían a una guerrilla feminista formada por brujas que ejercitaban el arte como revolución y la acción directa como despertador de conciencias. Precursoras de las Guerrilla Girls (1985-2013) en lo que al uso de la performance se refiere, elaboraron “hechizos” en los que se alentaba a la transformación: “Una chica se convierte en mujer cuando define su propia vida y deja de ser controlada por su familia, su novio o su jefe. Cuando aprende a levantarse y luchar por sí misma y por otras mujeres, porque ha aprendido que sus problemas no son únicamente suyos”.

Villanas, brujas, mujeres

Tanto en el cine fantástico y de terror, como en el cómic del mismo género, las brujas han devenido superheroínas. Poderes que, con un superlativo delante, minimizan la herencia mitológica y acercan al gran público una idea más divina que revolucionaria. Si buscáramos coherencia subversiva en esta expresión del mito, serían las villanas las verdaderas antisistema. Acabar con la realidad consensuada, de raíz, equivale a hacer magia y hackear el código. Lo han intentado autores de cómic sensibles a la magia; porque, como recuerda Alan Moore en su cómic Promethea, toda buena maga estaría de acuerdo con la idea del Apocalipsis.

En esta línea, la de la propuesta apocalíptica en manos de villana o heroína, reside la esencia de un cómic de terror, recientemente editado en España, que profundiza en el mito de la bruja a través de la historia oculta de un pueblo llamado Manson y su herencia envenenada. Rachel Rising (Norma, 2013), firmado por el estadounidense Terry Moore –autor conocido por su interés en las representaciones de género en series como Strangers in Paradise o Echo– se alimenta del folclore popular para construir una “boca del infierno” que esconde una historia de crímenes relacionados con la Caza de Brujas.

Habla Terry Moore en esta obra de la pérdida total de la inocencia por el simple hecho de la asignación “niña”. No porque el demonio habite sus carnes o por algún desliz de una antepasada mitológica, sea esta Eva o Pandora. El “pecado original” está ligado a la obediencia, a la educación, a la norma. Arrasarlo todo para acabar con un sistema opresor pasa por hacer justicia, por asolar el “paraíso pintoresco” donde prosperan los descendientes de quienes intentaron liquidar a Lilith. Pero la primera mujer siempre ha estado sola, y Moore gusta de las hermandades entre géneros en sus historias; de ahí que la heroicidad de esta Rachel que renace esté, precisamente, en las redes creadas, en el espesor de las relaciones y en el compromiso con lo decidido. Aunque en este primer volumen publicado se instale la duda.

“Lo peor de todo es que éramos sólo cuatro, pero como no podían estar seguros, mataron a toda mujer sin hijos por encima de los quince años. Cien mujeres… asesinadas para que el pueblo se deshiciera de cuatro brujas que los habían protegido del hambre y de la enfermedad. Yo pensé: seguramente Dios los matará a todos, pero llegó la mañana y Manson seguía en pie… cubierto de ceniza blanca de los abedules quemados”. Lilith le explica a Rachel que la única salida es el exterminio de los que sobrevivieron. Ella no tendrá piedad, especialmente de aquellos que se han atrevido a olvidar.

sábado, 8 de marzo de 2014

REFLEXIONES SOBRE EL FEMINISMO

Pobres los hombres que creen que las mujeres quieren parecerse a ellos. Mezquinos aquellos que ven una competencia en el feminismo. Odiosos los que comprenden al ser humano sólo en cuanto hombre, sin ver que ese concepto no entiende de sexos. No, señores míos, la lucha no va contra ustedes. La causa intenta consolidar el triunfo de las ideas de la Ilustración; que, dado el letargo inherente a nuestra especie, ha costado tiempo y vidas su afianzamiento. Cuánto nos sigue costando convertir esas ideas en garantías; en una realidad que sea inamovible. Pero todavía algunos osan burlarse y malinterpretar un movimiento que persigue la defensa de derechos básicos y reconocibles a la raza humana: hombres y mujeres. Dejemos de obstaculizar nuestro camino hacia la igualdad para, una vez conseguida, podamos centrarnos en los otros problemas que nos acosan. Pero este entendimiento se tiene que dar en conjunto, hombres y mujeres, pues tozudos e ignorantes abundan en ambos sexos.


Empecemos, pues, por no malinterpretar ese concepto. La igualdad es un derecho que radica en el respeto a las diferencias. Porque los hombres y las mujeres no somos iguales. Nuestras naturalezas son distintas, nuestras hormonas nos dominan de forma diferente. Sólo a partir de comprender esta realidad, podremos comenzar la búsqueda de lo común. Se dice que ante la ley somos iguales y efectivamente debe ser así, pero ¿podremos llegar, algún día, a escavar  más hondo y no quedarnos en aspectos tan superficiales? ¿Podremos terminar con una competencia jerárquica y poner en orden nuestro mundo? ¿Se llegará al punto en el que deje de tener sentido hablar de feminismo?

Cuando las sociedades se pongan las gafas del feminismo, y se vea el mundo a través de ellas, esta teoría no será necesaria. En ese momento las empresas valorarán un currículum por la valía del candidato y se dejará de pensar en equilibrar la plantilla de empleados. Dejará de usarse el término “baja por maternidad” y se hablará de “baja por nacimiento” o algo parecido. Serán cansinos los debates lingüísticos sobre el masculino o femenino de un concepto. Desaparecerán del diccionario términos absurdos como el de “ninfómana”. Y otros aspectos que no cabe enumerar; situaciones que hoy se entienden como victorias, pero que tendrán que instaurarse como hábitos comunes e inherentes a todos.

No olvidemos que este es tan sólo un eslabón en la cadena de la evolución moral. No hay que perder esta perspectiva. Así que pobres de aquellos, que no ven el perjuicio que hacen a la humanidad, por seguirse empecinando en ideas obsoletas…

Autor: Ramón Ortega (tres)