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viernes, 17 de octubre de 2014

BASTARDOS Y BORBONES : LOS HIJOS SECRETOS DE LA DINASTÍA

La dinastía de los Borbones de España se extinguió el 20 de enero de 1819, fecha en la que murió en Roma Carlos IV mientras Fernando VII hacía y deshacía para desgracia de nuestro país e irritación de sus súbditos de cualquier color ideológico.

Y Fernando VII lo sabía. Tanto, que decidió encerrar de por vida en la prisión de Peñíscola (Castellón) a quien podía probarlo, Juan de Almaraz, confesor que fue de su madre, la reina María Luisa. El sacerdote había escrito un documento que José María Zavala encontró en el Ministerio de Justicia y al que Juan Balansó había hecho referencia en alguno de sus libros sin llegar a reproducirlo nunca, sin duda porque conoció su existencia pero no llegó a verlo nunca.

Ese vacío lo colma ahora Zavala en Bastardos y Borbones (Plaza & Janés), donde nos cuenta la historia de un sobre con indicación de "Reservadísimo", que incluye un papel fechado el 8 de enero de 1819. En él Almaraz afirma que seis días antes, tras escuchar la última confesión, in articulo mortis, de María Luisa, ésta le había transmitido que "ninguno, ninguno de sus hijos y hijas, ninguno, era del legítimo matrimonio... lo que declaraba por cierto para descanso de su alma, y que el Señor la perdonase". Manuel Godoy tenía todas las papeletas para ser el responsable del desaguisado...




Almaraz no reveló entonces este secreto por respeto a Fernando VII, pero dejó escrito que al morir se le entregase a su confesor, sin abrir: "Por todo lo dicho pongo de testigo a mi Redentor Jesús para que me perdone mi omisión".

Y hasta aquí podemos leer... porque vale la pena conocer la historia al detalle y por extenso, una historia que bien podría asimilarse a El conde de Montecristo de Alejandro Dumas. Ocho años después Fernando VII, al conocer el letal escrito, dio orden de encarcelar a Almaraz, a pesar de ser ya un anciano, y a él no le alcanzó ninguna de las amnistías que decretó El Rey Felón (otrora El Deseado). El testigo que cuestionaba su derecho al trono era demasiado molesto para andar suelto por ahí.

Los Godoy Puigmoltó


Con esta apasionante historia arranca este ensayo que da a conocer la abundante lista de bastardos que en los últimos dos siglos han sido resultado de las aventuras extramatrimoniales de la Familia Real española.

Es conocida, por ejemplo, la abundantísima vida amorosa de Isabel II, y la más que probable atribución al capitán Enrique Puigmoltó de la paternidad de Alfonso XII. Pero no son tan conocidas las pruebas que recoge Zavala, unos despachos de 1857 remitidos al cardenal Giacomo Antonelli por el encargado de negocios de la Santa Sede en España, monseñor Giovanni Simeoni.

En uno refiere la bronca del general Ramón María Narváez a la Reina, embarazada, para que pusiese fin a esa relación: "¿Es que deseas que aborte?", le respondió llorando, en confesión implícita sobre la identidad del padre.

En el otro, Simeoni afirma que el confesor de Isabel II, nada menos que San Antonio María Claret, le ha dicho que la Reina le ha dicho a él que el padre es su esposo, "pero que en una carta amatoria al oficial de referencia ha escrito de su puño y letra que dicha prole debe atribuirse a ese oficial, en cuyas manos está la carta". ¿A quién engañó aquella pasional mujer, al santo o al militar?

La "otra" Familia Real


Pero junto a estas bastardías, políticamente peligrosísimas por afectar directamente a la legitimidad dinástica de los afectados, hay muchas otras cometidas por los reyes varones al margen de su vínculo conyugal, y que esconden, más que riesgos para el Estado, historias dramáticas de ocultación y marginalidad.

Alfonso XII tuvo dos hijos con la cantante Elena Sanz, a quienes quiso incluir en su testamento... pero no lo hizo. Murió preocupado por su futuro, y de hecho la Regente María Cristina de Habsburgo les privó de la pensión asignada. Pero la actriz supo hacer valer su condición, y mediante un hábil chantaje en el que utilizó como armas las cartas que conservaba de su amante, logró una importante suma de dinero.

Y luego hay otra historia llamativa, como la hija que tuvo Alfonso XII con la mujer del primer secretario de la embajada de Uruguay en Madrid. Esa hija secreta regresó cuarenta años después como esposa del embajador de Chile en la corte de su hermanastro, Alfonso XIII.

Quien, a su vez, dejó embarazada a la institutriz de sus hijos, Beatrice Noon, quien dio a luz en París (fue expulsada de la Corte) a Juana Alfonsa Milán Quiñones de León, cuyo primer apellido provenía del histórico ducado milanés que aún figuraba entre los títulos del monarca, y cuyo segundo apellido proviene del albacea de Alfonso XIII y embajador en París, su padre adoptivo.

Pero hay más casos recogidos por Zavala, y muy variados. De Alfonso de Bourbon, con quien se entrevistó en California, hijo de Alfonso de Borbón y Battenberg (primogénito de Alfonso XIII); o la otra misteriosa Eulalia de Borbón nacida en 1883 en Alcaudete (Jaén), abandonada en el hospicio; o el caso de Ángel Picazo, el actor del sorprendente parecido con Alfonso XIII; o la entrevista del autor con Olghina di Robilant, quien rompe su silencio de años para desmentir haber dicho nunca que Don Juan Carlos es el padre de su hija Paola...

Males nacionales, tragedias íntimas


Zavala no sólo nos cuenta estas historias, nos cuenta también cómo llegó hasta ellas, las emociones que le embargaron al descubrir un documento, escuchar un testimonio o adivinar un parentesco, o la forma en que los interesados aún vivos accedieron a hablar con él para contarle historias que han permanecido en el olvido durante décadas.

Estas páginas contienen una explosiva carga política, pues, en efecto, ¿qué sentido tiene una dinastía si esa dinastía es un mero simulacro, o qué valor tienen renuncias de derechos por matrimonios morganáticos si la sangre real se perdió décadas atrás, o cuántos chantajes a causa de esos secretos han condicionado la política española a espaldas de sus ciudadanos?

Pero incluyen también dramas personales terribles, como lo es ignorar la propia filiación o vivir escondiéndola a mayor conveniencia y gloria de personajes frívolos e irresponsables.

Bastardos y Borbones refleja esa parte de la historia de España edificada sobre el escaso sentido de Estado de quienes dicen encarnarlo. Es de agradecer que Zavala nos la recuerde y la acreciente con nuevos datos, por si la lección nos sirve de algo ahora.

Extraido integramente de: http://www.elsemanaldigital.com

domingo, 1 de diciembre de 2013

JUEGO DE TRONOS: MONARQUIA Y OTROS ABSURDOS

Obviamente, siempre que nos declaramos anarquistas o defendemos las ideas libertarias, estamos rechazando de manera implícita la existencia en sí de la realeza y la aristocracia, así como el papel privilegiado que se les asigna en esta sociedad. Según la Constitución, “el Rey es el símbolo de la unidad y permanencia del Estado”,  símbolo por tanto de un régimen que rechazamos. Tan obvio es que, en algunas ocasiones, incluso se echa en falta la articulación de un cuestionamiento explícito de semejante aberración. Y decimos aberración, no sólo por lo que subjetivamente nos puede parecer desde un punto de vista libertario, sino porque la permanencia de estas instituciones supone un desvío incluso dentro de la “lógica” que nos intenta vender el propio sistema.

En el modelo clasista e injusto en el que vivimos, en el que las diferencias entre ricos/as y pobres son más que palpables, la paz social se sustenta en gran parte por la idea de la igualdad de oportunidades. Supuestamente, cualquiera que nazca en una familia pobre, si se esfuerza lo suficiente, puede llegar a lo más alto. 

La llamada “meritocracia” fomenta la competitividad y ayuda a minar la conciencia de clase, cosa que no es poco. Además, dentro de esta dinámica, supuestamente uno/a está donde está porque es lo que merece. Y, si no estamos contentos/as, siempre nos queda soñar con llegar a algo mejor en lugar de unirnos y luchar por cambiar las cosas. Incluso, con las modernidades introducidas en la nobleza en el siglo XX, cualquier plebeyo/a puede permitirse el lujo de soñar con llegar a ser duque o princesa. Y sin embargo, con toda la potencia que creamos en este sistema de méritos, se sigue tragando con el absurdo de que algunas personas, sólo por el hecho de haber nacido en determinada familia, estén destinadas a ser reyes o reinas de todos/as los/as demás; gente que tendrá un sueldo vitalicio pagado con dinero público; gente que será obsequiada con regalos y privilegios allá donde vaya, a quienes los/as demás harán genuflexiones y tratarán de Excelentísimo/a o Ilustrísimo/a Señor/a.

Acabar con la existencia de la nobleza per sé, no sólo no cambiaría en nada los fundamentos del capitalismo, sino que incluso podría actuar como cortina de humo, conseguir que pareciera que se ha hecho un gran avance sin necesidad de hacer ningún cambio en lo esencial. Por ello, no es nuestra intención desde estas líneas proponer esta reforma como solución en sí misma, ni mucho menos defender la instauración de un régimen republicano como respuesta a todas las desigualdades económicas y de clase. Únicamente creemos que es interesante pararse a hacer un pequeño análisis sobre este elefante en la habitación: estamentos medievales que siguen siendo tolerados en el siglo XXI y cuyo peso se nos obliga a aguantar a quienes estamos en lo más bajo de la pirámide social...