La España de los años treinta era un país mayoritariamente rural y poco poblado en comparación con otros estados de la Europa occidental. No obstante, era perceptible una tendencia a la modernización de las estructuras demográficas, que el crecimiento económico del último período de la Monarquía había contribuido a consolidar. El carácter selectivo de tal proceso, condicionado por el desigual desarrollo capitalista de las primeras décadas del siglo, confería a estos impulsos demográficos una capacidad de dinamización y, a la vez, de generación de tensiones sociales, que les convirtió en un factor de cierta importancia en la vida de la República.