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sábado, 10 de mayo de 2014

PENSAD, MALDITOS !!

A principios del siglo pasado, las cualidades de pensador y líder político estaban tan íntimamente ligadas como el rojo a la sangre. Todos conocían a Bakunin o Marx, a pesar de la epidemia de analfabetismo que asolaba a la mayoría de la población europea. Un solo artículo de Ortega, Delenda est Monarchia, bastó para instaurar la república en las conciencias de los ciudadanos españoles de 1931.



El divorcio de la intelectualidad con el poder político se produjo tras la segunda guerra mundial. Las utopías de uno y otro bando fueron acusadas del genocidio, y condenadas al destierro de los escaños parlamentarios. El poder fáctico impuso el Estado de bienestar como modelo consensuado de capitalismo encubierto: los ricos renunciarían a una parte de su dinero a cambio de que los pobres renunciaran a una parte de sus sueños. Pensar y gobernar fueron declarados verbos políticamente incompatibles, irregulares e intransitivos. Y así nos ha ido.

La sociedad contemporánea se creyó que la libertad consistía en elegir entre 22 canales de televisión; que no existía más historia que la vivida; que la felicidad se conquista con tarjetas de crédito; o que la democracia se ejercita cada cuatro años coincidiendo con los mundiales de fútbol. Se vive bien así. Ignorando. El de ignorante es un nuevo estado civil que ostentan todos aquellos que no quieren conocer pero que actúan como si conocieran. Se ha complicado tanto nuestro entorno vital que bastante tienen con salvarse del analfabetismo funcional más burdo. Eso explica porqué los ciudadanos informados del siglo XXI, a diferencia de los trabajadores analfabetos de los siglos XIX y XX, ignoran por completo el nombre de sus intelectuales.

Hace unos años, Harold Pinter despotricó contra el imperialismo yanki en la ceremonia de los Nobel. El periodismo no alineado aplaudió su actitud y el discurso de este enfermo terminal de cáncer. Como la mayoría de los analfabetos políticos del planeta, coincidimos con él en bestializar a Bush. La diferencia estriba en que Pinter conoce y explica científicamente las razones. Las suyas, por supuesto. En el video que se proyectó al recoger el premio, Pinter cuestionó con argumentos sociopolíticos la “teoría del consentimiento”, elaborada por la doctrina liberal yanki para justificar sus invasiones militares y económicas tras el desastre de Vietnam. ¿Cuántos ciudadanos de a pie sabrían explicar en qué consiste esa teoría? Voy más lejos: ¿Cuántos conocían a Pinter antes de darle el Nobel? ¿Y a Petras, Chomski, Petitt, Bobbio, Magris o Sami Naïr?

No digo que no se conozcan en absoluto. Me limito a afirmar categóricamente que la sociedad actual vive de espaldas a las nuevas fórmulas democráticas que aquellos defienden. Y por eso declaro a esta sociedad más reaccionaria, analfabeta, insolidaria y cobarde que la de sus padres y abuelos. Ni siquiera me apetece criticar la bajura intelectual de nuestros gobernantes, sino la apatía política de la mayoría de sus gobernados. No les pido que empuñen una bandera o un arma. Les ruego que empuñen un libro. O que piensen, joder, que piensen.

sábado, 21 de diciembre de 2013

SUFRIMOS UNA FALTA DE CULTURA POLÍTICA

Nuestro sistema  no es perfecto, ninguno lo es.Un sistema que debe evolucionar y así lo hará, pero para ello se necesita un alto grado de crítica positiva en la sociedad civil. Una alimentación recíproca entre las partes implicadas de un sistema, que como dije anteriormente, está en una depresión.

Este problema nos afecta a todos. Estamos inmersos en una crisis que se alimenta de una falta de cultura política y esto deprime al sistema.
La cultura política es fundamental en una democracia consolidada y aunque su concepto ha variado a lo lardo de la historia y a través de las diferentes corrientes del pensamiento – ya sea desde Platón pasando por Tocqueville, Weber, Habermas hasta Almond y Verba (1965, The Civic culture) – mantienen la misma esencia.

Almond y Verba en su investigación dividieron a la población en tres grupos: Los participantes, los súbditos y los provincianos. Los Participantes eran aquellos ciudadanos con un alto conocimiento político, contentos con el sistema considerándolo legítimo, merecedor de apoyo y con una alta participación en el mismo. Los súbditos se encontraban en un término medio, estos no poseían tantos conocimientos de política, no sentían una gran implicación con el sistema y no acudían a votar con regularidad. Por último, los provincianos, no tenían conocimiento alguno sobre política y estaban directamente implicados con su entorno más cercano, además poseían un alto grado de desconfianza por el empleado público.

Ante esta exposición, Almond y Verba, llegaron a la hipótesis de que las democracias más estables se establecerían en aquellos países donde disfrutaban de “cultura cívica”, es decir, donde hubiese un gran número de población participante y súbdita, y un número pequeño de provincianos.

Los primeros 25 años de democracia  se han caracterizado por lo que algunos han denominado la “política del consenso” una eventualidad que se ha fragmentado en mil pedazos con la radicalización de los discursos y las confrontaciones políticas. Unos hechos que van acompañados, según una apreciación personal, de una predisposición a la monotonía del discurso político frente a la aplicación efectiva de políticas que son demandadas a priori por la sociedad civil. Hechos que enmarcan, de una manera sintetizada, una situación de descontento y desafección política en la propia sociedad que llevan a la falta de conocimientos y de una predisposición por parte de los ciudadanos a “escapar” de la participación política.

Los hechos anteriormente citados no hacen más que ir en aumento. Unos hechos que se ven reflejados cada cuatro años en base a indicadores como el aumento de la abstención en las elecciones generales.

La desafección política se manifiesta principalmente por la falta de autosuficiencia de los gobernantes ante los efectos de las crisis económicas o de problemas ecológicos. Asimismo la proliferación de la corrupción o la calidad de los partidos políticos y los medios de comunicación se posicionan como elementos fundamentales para la calidad democrática. (Ferrán Requejo:2008).

De este modo la ciudadanía percibe a la llamada “clase política” como una profesión desvalorada, un hecho que no favorece a la democracia. Una democracia que necesita de buenos profesionales que quieran y estén dispuestos a ejercer un cargo de responsabilidad en la política. No obstante, y a las evidencias me remito, un profesional cuya profesión se establezca en el sector privado y goce de una alta reputación debido a su trabajo no deseará trasladar su labor profesional a la política activa. ¿Por qué?, porque seguramente su poder adquisitivo disminuirá, de este modo y obviando esto último se limitará a rechazar esa posibilidad debido a la falta de prestigio.

Con esto no quiero decir, ni mucho menos, que la política tenga que ser ejercida sólo por grandes profesionales llegando a un posicionamiento tecnocrático nada favorecedor, sino también por aquellos que tengan la voluntad y la capacidad de trasladar sus ideas a las instituciones políticas en base a las demandas que la sociedad civil le traslade.

La llamada “puerta giratoria” se ve imprescindible para evitar el enquistamiento político y la inmovilidad de los políticos mediante mecanismos de limitación de mandatos o el ejercicio de un cargo político.

Pero para esto se necesita cultura política, y esto es demanda social, movilización y crítica constructiva por parte de los ciudadanos. El mero hecho de decir “todos los políticos son iguales” contribuye a la inmovilización, al resentimiento y al deterioro sin precedentes de la democracia.  Una costumbre más en nuestra sociedad que nos lleva cada día a esa población provinciana que describían Almond y Verba.

La democracia no empieza y acaba cada cuatro años con un simple voto.La democracia se construye alimentando toda demanda de garantía democrática y no exacerbando las limitaciones de la misma.

“Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo.”- Karl Marx

Artículos de Diego Mo Groba, visto en www.politicahora.com 

sábado, 2 de noviembre de 2013

POR EL RESURGIR DE UNA CONCIENCIA DE CLASE

Los sindicatos de la CNT tenemos el compromiso de hacer frente a los graves y continuos ataques del sistema capitalista. Es nuestra obligación como herramientas de lucha de los trabajadores unir fuerzas para poner freno y luchar contra la pérdida de derechos laborales y sociales, y responder al empeoramiento de las condiciones de vida de la clase obrera.

Aquí y ahora, expresamos de forma clara nuestros planteamientos:

En relación a las instituciones antiobreras

Manifestamos que ni la clase política ni sus partidos solucionarán los problemas de los trabajadores, ya que sólo son unos títeres corruptos al servicio de la banca y las grandes empresas. Los trabajadores debemos volver a luchar, como hemos hecho siempre que hemos pretendido alcanzar respeto, mejoras de vida y derechos para nuestra clase social. El camino es la lucha (sectorial, social, en los barrios, en los pueblos...). Hay que poner en marcha una de nuestras mejores herramientas de respuesta, la huelga general real, y no repetir escenificaciones de cara a la galería para cubrir el expediente.

Nos oponemos a todas las directrices económicas, políticas y sociales emanadas del FMI, la Troika y la Unión Europea, que hacen pagar a los trabajadores las consecuencias de la crisis que el sistema económico y financiero ha provocado. Los gobiernos y parlamentos nacionales se escudan en las altas instituciones internacionales para imponer todo tipo de medidas antiobreras y represivas, eludiendo así su responsabilidad directa. Sus "soluciones" se aplican a costa de nuestra explotación y sufrimiento, condenándonos a nosotros y a nuestros hijos a un futuro incierto, negro e injusto, mientras aseguran el de las élites políticas y financieras. Están robando la riqueza que generamos los trabajadores en el presente y su avaricia es de tal magnitud que han endeudado y condenan a las generaciones futuras a condiciones de vida contra las que debemos rebelarnos.

Rechazamos las estructuras militares al servicio del capital y los estados, que enfrentan y dividen a los pueblos para mantener el control sobre la materia prima y los recursos energéticos, en sus guerras por la hegemonía económica, sin importarles lo más mínimo la barbarie y el dolor que provocan.

Denunciamos los privilegios económicos, fiscales, laborales o de estamento social de la Iglesia Católica y el resto de confesiones, la clase política, la monarquía y los militares.

En relación a la organización de los trabajadores para la lucha

Expresamos nuestro respeto y reconocimiento a los trabajadores afiliados a CCOO y UGT que aún conservan su conciencia de clase; es decir, a sus bases. Pero a pesar de ser este un manifiesto que llama a los trabajadores a hacer frente común en la lucha, no por ello vamos a dejar de decir bien alto y bien claro que mostramos nuestro rechazo y repulsa a los pactos que, a espaldas de los trabajadores y sus intereses, firman y negocian las cúpulas dirigentes de CCOO y UGT. También condenamos sus prácticas traicioneras y desmovilizadoras, que pretenden controlar o acabar con otras luchas sociales y sindicales legítimas y autónomas.

Denunciamos la trayectoria de CCOO y UGT, que demuestra sin ningún género de dudas que actúan como instrumentos del sistema, movidos por sus propios intereses: subvenciones, favoritismo, clientelismo... y un sinfín de actuaciones que nada tienen que ver con la defensa de los derechos de los trabajadores. Se han convertido hace tiempo en cómplices necesarios y gestores del sistema a la hora de controlar, vender y utilizar a la clase obrera, arrogándose su representación, legitimados por los gobiernos y la patronal como interlocutores "legales y democráticos" para permitir al capital expoliar al pueblo y desmontar las conquistas obreras que tanto les costó alcanzar a los trabajadores que nos precedieron.

Por tanto, hacemos un llamamiento a todos los trabajadores que conforman estas organizaciones a que las abandonen y no sigan ni sosteniendo ni apoyando a quienes de forma constante traicionan no solo a sus bases sino a toda su clase. Les pedimos que no se retiren de la lucha, sino que, como personas libres y conscientes, se autoorganicen o se integren en otras organizaciones obreras.

La historia reciente, desde los Pactos de la Moncloa, nos demuestra que la participación en el modelo sindical oficial basado en la delegación del poder y la responsabilidad de los trabajadores en representantes a través de elecciones sindicales sólo debilita a la clase obrera. Los cauces establecidos del sistema de representación unitaria en los comités de empresa se convierten en una escenificación controlada que imposibilita la acción sindical, que solo puede ser real si parte de los propios trabajadores.

La CNT afirma que sólo puede ser calificada como sindicato una organización obrera autónoma; es decir, sostenida económicamente y gestionada por los propios trabajadores. Sólo un sindicalismo de clase sin injerencias políticas ni corporativismos puede proporcionar una unidad de acción y una respuesta global con capacidad transformadora.

Apoyo a las luchas sociales, desde el respeto y el reconocimiento a quienes las protagonizan

Desde CNT hacemos un llamamiento a todas las personas de clase trabajadora, en activo, parados, precarios, jubilados, inmigrantes, estudiantes, desahuciados, etc, en definitiva, a todas las personas que sufrimos las injustas consecuencias del capitalismo, a enfrentarse a aquellos que nos oprimen.

Es necesario que todos hagamos un esfuerzo de solidaridad sumándonos a los actos de protesta que se sucederán en todo el estado durante los próximos meses en defensa de la educación, la sanidad, las pensiones, el derecho al aborto, y en definitiva de nuestra libertad y nuestras condiciones de vida. Paremos el expolio de nuestros derechos y acabemos con sus privilegios.

En la lucha es donde debemos encontrarnos todos para responder como clase obrera a los graves ataques del capitalismo. Es el momento de confluir en las calles para entre todos fortalecer las luchas y así de una vez por todas hacerles ver al Capital y al Estado que no les va a ser sencillo seguir arrebatándonos derechos sociales y laborales.

Por el resurgir de la conciencia de clase

Los sindicatos de la CNT nos oponemos y denunciamos todas las injustas medidas que este sistema social nos impone, pero somos conscientes de que, a día de hoy, como organización no podemos enfrentarlas solos y sin apoyos. Nuestras causas de lucha son las de nuestra clase social. Tan solo la clase trabajadora unida podrá defender y conservar todo aquello que nos es necesario y común. La guerra de clases nunca ha desaparecido: debemos defendernos y pasar al contraataque. Las personas que conformamos la CNT estamos dispuestas y en lucha, pero necesitamos de nuestros hermanos y hermanas de clase que deis un paso al frente y que vuestra responsabilidad individual se convierta en confrontación colectiva.

¡Que se alce la protesta y se extienda la revuelta!

CNT Prensa



Por el resurgir de la conciencia de clase - Portal Libertario OACA

domingo, 8 de septiembre de 2013

EMOCIONES AL SERVICIO DEL PODER

Históricamente la dominación y, en definitiva, el gobierno de unos seres humanos sobre otros se ha llevado a cabo por medio de diferentes mecanismos. En este sentido Maquiavelo hizo una gran aportación a la hora de definir las dos grandes formas de dominación de las que dispone un gobernante: la fuerza y la astucia. Maquiavelo explicó ambos conceptos aplicados al terreno político mediante la analogía del zorro y del león, pero al mismo tiempo puso de relieve la importancia de la astucia para obtener el consentimiento de los dominados para que, cuando esta no fuera suficiente, recurrir al uso de la fuerza para hacer valer la autoridad del gobernante.

Por tanto, para Maquiavelo la cuestión del poder se reduce en último término a una relación de fuerzas entre el gobernante y los gobernados, de manera que la disposición de unos medios de coerción propios son los que, en caso de crisis, garantizarán la conservación del poder.

 

 
Considerar la astucia como herramienta de control y dominación requiere una aproximación a su verdadero significado político en relación a los dominados. La astucia como tal tiene un valor estratégico en el ejercicio del poder al valerse de la manipulación de los individuos para crear en ellos una disposición que facilite la consecución de determinados fines. La naturaleza psicológica de esta herramienta queda patente al crear en el sujeto un estado de ánimo que permite al poder el logro de sus objetivos. Esta manipulación puede llevarse a cabo de diferentes maneras al utilizar mecanismos que Maquiavelo identificó con el amor y el miedo, pero a los que habría que añadir un tercero que es el odio. Aunque Maquiavelo se manifestó más partidario de utilizar el miedo antes que el amor, el odio desempeña igualmente un papel relevante.

Tal y como afirmó Hans Morgenthau, “el poder político es una relación psicológica entre los que lo ejercen y aquellos sobre los cuales se ejerce. Da a los primeros el control sobre ciertos actos de los últimos, mediante la influencia que el primero ejerce sobre las mentes de los últimos. Esa influencia puede ser ejercida a través de órdenes, amenazas, persuasión o una mezcla de todas ellas”.

Pero esta relación psicológica es más patente cuando el poder busca el consentimiento social que hace aceptables sus decisiones. En la medida en que el ejercicio del poder implica la imposición de ciertos límites resulta necesario justificarlos para disponer de alguna legitimidad. Así, la legitimidad no sólo consigue la aceptación de los límites impuestos, sino que presenta como justas las intervenciones del poder incluso cuando estas conllevan el uso de la violencia. Por esta razón cualquier régimen más o menos autoritario requiere el consentimiento de aquellos sectores de la población que le son imprescindibles para mantener su dominio sobre el conjunto de la sociedad.

Debido a esto el poder ha tenido que utilizar históricamente diferentes instrumentos para justificar sus intervenciones y asegurar el asentimiento de sus gobernados. En este sentido Gaetano Mosca afirmó que “|…| la clase política no justifica exclusivamente su poder únicamente con la posesión de hecho, sino que busca darle una base moral y legal, haciéndolo emanar como consecuencia necesaria de doctrinas y creencias generalmente reconocidas y aceptadas en la sociedad que esa clase política dirige”. Para el poder es fundamental que sus decisiones concuerden con los valores y creencias dominantes en la sociedad, pues de esta manera tienen mayor legitimidad y cuentan con más probabilidades de ser aceptadas.

Aunque existen diferentes fuentes de legitimidad como las planteadas por Max Weber y Norberto Bobbio respectivamente, la modernidad, con todos sus avances tecnológicos, ha creado los medios materiales precisos, y por tanto las estructuras de propaganda y adoctrinamiento, para cambiar las ideas y valores prevalecientes en la sociedad con el propósito de adaptarlos a los intereses del poder establecido y disponer del correspondiente consentimiento social.

Históricamente el poder ha recurrido a la magia, la religión, etc., para justificar sus actuaciones. 
 
Paradójicamente al mismo tiempo que la voluntad divina ha servido como base justificadora del poder también ha contribuido a limitarlo, pues su naturaleza fija establecía las rutinas y creencias de la sociedad que constituían al mismo tiempo un freno para su crecimiento ilimitado. La secularización del poder supuso el fin de estas restricciones y su expansión en una escala nunca antes conocida. El desarraigo, la pérdida de valores, la destrucción de cualquier referente ético y moral forman parte del proceso de secularización impulsado por la modernidad, lo que ha contribuido a una mayor degradación del sujeto al sumirlo en un estado de permanente confusión que lo hace más manipulable.

Esto es lo que ha servido no sólo para destruir sociedades profundamente colectivistas basadas en redes de apoyo mutuo y solidaridad para, así, adecuarlas a los intereses estratégicos del Estado, sino que también ha servido como pretexto para justificar una mayor intervención y regulación de la sociedad por el ente estatal. Con esta pérdida de referentes han hecho su aparición toda clase de teorías justificadoras del poder que únicamente han contribuido a aumentarlo y que, en definitiva, han establecido una estrecha relación entre la obediencia y el crédito en tanto en cuanto el poder está sostenido no sólo por la fuerza, sino también por la opinión que se tiene de su fuerza así como por la creencia en su derecho a mandar.

De este modo la formación de las estructuras de adoctrinamiento y propaganda tales como la prensa escrita, la radio, la televisión, el cine, Internet, pero también el sistema educativo por medio de las escuelas, institutos y universidades, han desempeñado un papel fundamental para manipular al sujeto de cara a crear en él un estado de ánimo que facilite su aceptación del poder establecido. Así es como hizo su aparición la sociedad de masas en la que se ha impuesto como tendencia general una creciente homogenización de las opiniones, lo que ha servido para estandarizar una determinada percepción de la realidad entre los individuos y a sincronizar sus respectivas emociones conforme a los intereses del poder.
 
El poder ha logrado dotarse de los correspondientes instrumentos en el plano comunicativo y formativo para adoctrinar y manipular, y en definitiva para crear unas condiciones subjetivas en la sociedad que generen la aceptación de sus actuaciones. Por medio de la propaganda el poder transforma la sociedad al crear las ideas, creencias, valores, opiniones, costumbres y tipo de relaciones que mejor se adaptan a sus necesidades e intereses, de manera que manipula a la sociedad para amoldarla a sus decisiones y garantizar su conformidad. A través de estos instrumentos el poder crea su propia legitimidad al insertar en la sociedad aquellas ideas y creencias que le favorecen, de forma que el sujeto es moldeado desde el exterior por las corrientes de opinión, las modas, las ideologías, etc., propias de una sociedad dirigida.

El poder requiere de aquella legitimidad que le provea del más amplio consentimiento social para evitar que su supervivencia recaiga única y exclusivamente en el uso de la fuerza. Por esta razón las estructuras de dominación cultural e ideológica, potenciadas y desarrolladas en grado superlativo por los avances tecnológicos que han originado la sociedad de masas, han permitido el desarrollo de la propaganda como forma de manipulación que tiene en las emociones sus principales instrumentos de sometimiento. Estas emociones primarias son, como ya se ha dicho, el amor, el odio y el miedo, las cuales operan en este orden como mecanismos previos de los que dispone el poder antes de recurrir a la violencia física cuando el consentimiento social ha desaparecido.

La naturaleza del poder es esencialmente egoísta al ser el mando su propio fin. Pero esto exige crear una disposición general a la obediencia que es el fundamento último del poder. El carácter parasitario del poder requiere ser contrarrestado por medio de una relación de cierta simbiosis con los dominados, de forma que no sólo se limita a explotarlos sino que también presta servicios y satisface las necesidades de la colectividad. Con ello el mantenimiento del poder queda vinculado a una conducta que beneficia a la mayoría de sus dominados para granjearse su afecto y, en última instancia, su obediencia. El poder se socializa al favorecer los intereses colectivos y al perseguir ciertos fines sociales, de forma que logra presentarse como un ente benévolo que cuida del bien común del que al mismo tiempo es su realizador. Aparece, entonces, como un gran protector de los dominados a los que garantiza seguridad y la satisfacción de sus necesidades. Esta tendencia se agudiza a medida que asume una cantidad creciente de prerrogativas y funciones, de manera que termina prestando una infinidad de servicios que lo hacen más necesario al incrementar la dependencia de sus súbditos. Así es como el poder se gana el amor de sus sometidos al prestarles inmensos e indispensables servicios, al presentarse como un gran servidor que atiende todas y cada una de las necesidades colectivas e individuales. De este modo el amor permite al poder no sólo granjearse la obediencia de sus súbditos sino también su disposición a sacrificarse voluntariamente. En lo que a esto respecta el amor no sólo crea el correspondiente consentimiento social al orden establecido, sino que también constituye un vínculo de obligación que facilita al poder conseguir que sus súbditos hagan lo que este desea.

Pero cuando el amor falla el poder se vale del odio para cohesionar a la sociedad contra un enemigo común. No sólo sirve para desviar la atención y reconducir cualquier posible malestar social en un sentido favorable para el poder, sino que desempeña un papel de gran importancia al establecer la distinción entre amigo y enemigo que es, a su vez, la distinción política específica a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos.

El odio permite identificar a un enemigo contra el cual se concentra la aversión colectiva, pues representa lo existencialmente extraño y distinto en un sentido intensivo al ser percibido como la negación de la identidad y existencia propias. De esta forma el odio adopta un carácter político al agrupar a los hombres y mujeres en amigos y enemigos, y es instrumentalizado por el poder para orientar y dirigir la conflictividad social según su propio interés. Asimismo, el odio es utilizado para una finalidad distinta a la de cohesionar a la sociedad como puede ser dividirla para mantenerla en un estado de permanente enfrentamiento dentro de los márgenes de una conflictividad controlada. Esta situación es la que impera en las sociedades del capitalismo avanzado donde las relaciones sociales se han deteriorado de forma alarmante, y donde esta desestructuración y debilidad social impiden oponer cualquier tipo de resistencia al poder.

Cuando el amor y el odio son insuficientes para manipular a la población y crear el correspondiente consentimiento social, el último recurso que queda antes de utilizar la violencia es el miedo. Existen dos tipos de miedo. Por un lado se encuentra el miedo al estigma social que puede generar un determinado tipo de opinión, comportamiento, opción política, religiosa, cultural, etc., que entra en contradicción con las prácticas y conductas imperantes que el poder constituido se encarga de mantener. Se trata de un miedo al rechazo y a la exclusión que significa dejar de ser, pensar y sentir como lo hacen los demás, y por tanto tomar una elección que significa escapar al dominio inconspicuo que ejercen los Otros que son quienes determinan el comportamiento y las posibilidades individuales del sujeto.
Aquí es donde juegan un papel fundamental los discursos imperantes que, a través de la propaganda en los diferentes medios de comunicación y del sistema adoctrinador, sirven para transformar la sociedad al moldear sus costumbres, códigos de conducta, relaciones e ideas que articulan la visión del mundo que tiene el sujeto y que, en definitiva, dan forma al contexto en el que se mueve y que sirve de referencia para su desenvolvimiento. Este miedo a enfrentarse al Yo social, a los Otros, es lo que impide el desafío al orden establecido y mantiene al sujeto de forma indiferenciada en el contexto social al que pertenece.

Cuando el miedo al rechazo social no es suficiente para mantener el orden establecido existe la intimidación que no es otra cosa que el miedo al uso de la fuerza. Es el último recurso del que se vale el poder antes de utilizar la violencia. El aumento y presencia de los cuerpos represivos policiales y del ejército, junto al ensalzamiento del militarismo y la exhibición de las capacidades coercitivas del poder son utilizados para disuadir cualquier desafío al orden vigente. Además de esto la represión abierta hacia cualquier tipo de disidencia, unido a la propagación de los servicios secretos y sus confidentes, tienden a crear una atmósfera agobiante en la que la desconfianza y la paranoia incitan a la autorrepresión del propio sujeto por temor a padecer la violencia estatal. Este tipo de miedo entraña un grado de sufrimiento mayor que el daño físico debido al estrés y angustia permanente que provoca.
El daño psicológico tiende a hacerse permanente al estar siempre latente la amenaza de padecer la violencia del Estado. Todo esto se ve agravado por crecientes medidas de control social que restringen la autonomía individual, de forma que todos o la mayor parte de los movimientos que realiza el sujeto son sometidos a una supervisión tanto secreta como abiertamente pública. Esto violenta el mundo interior del sujeto al obligarlo no sólo a cumplir con las prescripciones del poder sino sobre todo a guardar unas apariencias que eviten la más mínima sospecha, lo que finalmente termina violentando su fuero interno al abocarle a un exilio interior permanente.

Si el miedo no es capaz de asegurar la obediencia el poder no duda en utilizar la violencia para forzar la voluntad de sus dominados. En estas circunstancias todo se reduce a una relación de fuerzas que sólo puede resolverse en un sentido o en otro a través de la vía armada. En este punto es cuando se establece una clara relación de amigo-enemigo entre dominados y dominadores. Esta relación marcada por el antagonismo sólo puede zanjarse por métodos violentos.
De esta forma comprobamos que cuando las emociones dejan de ser funcionales para ser utilizadas contra la propia sociedad con el propósito de conseguir su consentimiento, la violencia es empleada de forma implacable para restaurar la obediencia perdida. Todo esto no deja de manifestar el carácter exclusivo y esencialmente egoísta del poder cuya única razón es la búsqueda y conservación del mando, por lo que cualquier oposición y resistencia no admite otra respuesta que el uso de métodos expeditivos para aplacarla.

Fuentes

[1] Maquiavelo, Nicolás, El Príncipe, Madrid, Espasa, 2003, pp. 119-120
[2] Ibídem, p. 116
[3] Morgenthau, Hans J., “Poder politico” en Hoffmann, Stanley, Teorías contemporáneas sobre las Relaciones Internacionales, Madrid, Tecnos, 1972, p. 97
[4] Bobbio, Norberto, Estado, gobierno y sociedad. Por una teoría general de la política, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 120
[5] Vallès, Josep M., Ciencia Política. Una introducción, Barcelona, Ariel, 2004, pp. 40-41
[6] Para Weber existen cuatro fuentes de legitimidad del poder que son la tradición, la racionalidad, el carisma y el rendimiento. Weber, Max, El político y el científico, Madrid, Alianza, 1985
[7] Por su parte Bobbio hace referencia a tres fuentes de legitimidad que son la voluntad, la naturaleza y la historia que a su vez están compuestas de parejas antitéticas. Bobbio, Norberto, Op. Cit., N. 4, pp. 120-124
[8] Jouvenel, Bertrand de, Sobre el poder. Historia natural de su crecimiento, Madrid, Unión Editorial, 2011, pp. 72-73
[9] Virilio, Paul, Lo que viene, Madrid, Arena, 2005
[10] Schmitt, Carl, El concepto de lo político, Madrid, Alianza, 2005